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Luis M. Alonso.

Donde dije mascarilla…

Rebobinar no ayudará a entender el drástico cambio de rumbo con las mascarillas. Por contra, producirá aún mayor perplejidad. Pero es necesario recapitular si pretendemos explicarnos a nosotros mismos el juego del absurdo en que estamos cayendo.

No ha pasado, creo recordar, una semana desde que el Gobierno prorrogase el decreto de diciembre que obligaba a enmascararse en espacios exteriores, cuando ya apenas nadie en Europa lo hacía. Con una mayoría parlamentaria en contra, Sánchez decidió encubrir la imposición de manera artera, incluyendo en la medida la llamada “paguilla” de los pensionistas para que los que tenían previsto votar en contra se lo pensasen. Una vez al descubierto, el truco cutre, por no llamarlo indecente, puso en evidencia la facilidad con que el Ejecutivo opera de manera subrepticia y se brinda al ventajismo cuando trata de salirse adelante con la suya.

"¿Es distinta la actualidad de la pandemia para que las obligadas y supuestamente necesarias mascarillas de ayer, hoy sean objetos desechables?"

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Las mascarillas en los exteriores han sido una medida gratuita e inútil para prevenir contagios, basada estrictamente en el modus operandi de que algo hay que hacer para demostrar que se está haciendo algo. Tras vincularlas a la paga extra de los pensionistas, el Gobierno ha reconsiderado ahora que es de “sentido común” suprimirlas, cuando siete días antes su uso era absolutamente imprescindible para la protección de los ciudadanos. ¿Qué ha cambiado en una semana? ¿Es distinta la actualidad de la pandemia para que las obligadas y supuestamente necesarias mascarillas de ayer, hoy sean objetos desechables? El cambio de criterio en un asunto de estas características resulta igual de inaudito si la explicación está en los vaivenes electorales que marcan los sondeos o en la rocambolesca forma en que se ha aprobado la reforma laboral. Para tratarse de un globo sonda, en el caso de que así hubiera sido, hay mejores maneras de experimentar que hacerlo a través del sinsentido y del bochorno parlamentario. Nada de ello, en cualquier caso, debería justificar el volantazo, salvo el hecho injustificado de las mascarillas al aire libre.

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