Cuando Andrés Pajares ganó el Goya por ¡Ay Carmela!, de Carlos Saura, fue todo un acontecimiento. No porque se tratara de un actor desconocido, ni mucho menos, sino porque le otorgaron un premio por la calidad de su interpretación en un registro con el que no se le identificaba. En Pajares & Cía, una serie documental emitida por Atresplayer Premium que repasa la carrera del actor, se señalan ciertos hechos que ahora parecen haberse olvidado, como, por ejemplo, que Los bingueros, un largometraje del “destape”, congregó a un millón de personas en las salas de cine. Un éxito de taquilla que pasó por encima de Superman y Aterriza como puedas.

Pajares y Esteso protagonizaron un buen número de películas cuyo atractivo residía sobre todo en la cantidad de desnudos femeninos que aparecían en ellas sin venir a cuento. El primero se convirtió en una estrella que brilló por sí sola (también batió récords en la televisión). Luego acabó siendo material de la prensa rosa y aceptó ser entrevistado en un programa del corazón; en 2008 asaltó un bufete de abogados con una pistola de juguete. El enfoque de la serie resulta muy acertado porque, en vez de centrarse solo en la persona con sus auges y caídas, se habla de una audiencia y de un país. Un país que lo aupó hasta la cima y luego se deshizo de él cuando este dejó de encajar en la imagen que se quería proyectar o en la historia que se quería contar. Los bingueros, en suma, eran los otros.

Quienes juzgan las risas de sus antepasados pretendiendo cancelar retrospectivamente a los humoristas de épocas pretéritas olvidan que la comedia tiende a ser un reflejo de los tiempos. En el primer episodio de la serie, David Trueba destaca las virtudes humorísticas e interpretativas de Pajares, que era bueno para unas cosas y para otras. A mí me gustó el pequeño papel que le dio José Luis Garci en esa extraordinaria película coral llamada Tiovivo c. 1950. Un homenaje de un director que siempre supo reconocer el talento donde algunos solo veían landismos (y los despreciaban). De Tarantino solía decirse que recuperaba actores y actrices que habían desaparecido tras un estrellato fugaz (John Travolta) o que habían sido encasillados en subgéneros obsoletos o películas de serie B (Pam Grier), concediéndoles así, gracias al prestigio que acompaña al cineasta, una nueva vida artística. Se trata de gente con talento que los estudios cinematográficos consideran desechable, pasada de moda y, por lo tanto, poco rentable.

Algunos obituarios de Peter Bogdanovich publicados en las últimas semanas recordaban que cuando el director de Paper Moon pasó una etapa complicada, fue Tarantino quien le abrió las puertas de su casa. Allí vivió durante un año. Según Bogdanovich, Tarantino fue “muy amable”. Algo parecido hizo él en su momento con Orson Welles cuando este último se vio económicamente arruinado. Gente como Bogdanovich, Tarantino o Garci no se olvidan de lo que el cine (la experiencia de disfrutarlo como espectador, no su negocio ni la fama momentánea que proporciona) les ha dado. Otros no solo quieren olvidar lo que fueron, sino también lo que vieron.