A partir de la idea de que siempre es preferible que baje el desempleo a que suba, se entiende perfectamente la satisfacción del presidente del Gobierno don Pedro Sánchez al comentar los datos de la Encuesta de Población Activa. Y no solo por las cifras, que a primera vista son buenas, sino porque es una de las pocas noticias realmente positivas que su equipo puede exhibir desde hace demasiado tiempo. Y en unos momentos en los que da la impresión de que no le sería posible una sonrisa. Aunque acostumbrado como está a la paradoja, podría aparentarla.

Sea como fuere, la ocasión la pintan calva, y su señoría sí que sabe aprovechar cualquiera que le beneficie. Incluso con tantos y tan variados factores en contra: la inflación, los informes económicos de la totalidad de los foros internacionales y nacionales insistiendo en la temeridad de los Presupuestos Generales para 2022, en los que la ministra del ramo se enroca. Hasta le es adversa la circunstancia de Ucrania, que contribuye como pocas otras señales a demostrar la enorme brecha que la coalición padece en asuntos de Política con mayúscula y aumentan la apariencia de debilidad del Gabinete.

Todo ello, más las encuestas, que –salvo la del CIS, como suele ser habitual en su papel de pulmón artificial de la coalición en momentos de apuro– auguraban muy malos tiempos para don Pedro. Pero la EPA, interpretada adecuadamente y coreada por sus incondicionales, llega a tiempo de intentar que Castilla y León no sea “otro Madrid”, aparte de que el señor Mañueco no es doña Isabel Ayuso, y por tanto la oportunidad de la Encuesta equivale a otro balón de oxígeno para momentos en los que la atmósfera política (con minúsculas) parece casi irrespirable.

Dicho lo que, desde un punto de vista personal, puede parecer justificante de la alegría presidencial, no lo es para la euforia. Esa afirmación de don Pedro –“esta es la legislatura del empleo”– no sólo resulta inexacta, sino temeraria. Primero porque los datos de la EPA hablan de puestos de trabajo creados en comparación con lo de un año atrás en una circunstancia pandémica diferente. Segundo, porque se suman como creados empleos que estaban congelados por los ERTE y que no contaron con la condición de parados. Tercero, en fin, porque el señor Sánchez evita con habilidad un dato que la izquierda ha dejado de analizar porque ya no le conviene: la calidad del empleo es deficiente: crece la temporalidad, mengua el salario y la inflación lo carcome.

Así las cosas, no parece discutible que, incluso con los matices señalados, y unos cuantos más que podrían añadirse, siga siendo mejor que disminuya el paro a que crezca. Algo que en Galicia se ha notado menos –o apenas algo– pero que contrasta, y de ahí la relatividad obligada en los análisis, con el crecimiento de las exportaciones y la perspectiva, aún oficiosas de un crecimiento del Producto Interior Bruto por encima de la media española. Con todo y con eso, otro dato contrasta con las estadísticas: cada vez hay más personas, en España y en Galicia, en riesgo de exclusión y muchas más que llegan a fin de mes con el agua económica al cuello. Y eso no casa con la euforia ni con el optimismo.