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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

“Beatus ille…”

Una de las peores consecuencias –eso dicen los auténticos expertos– de la ola “verde” que recorre buena parte de los países industrializados es que, al ganar peso electoral, no se convierte tanto en una postura en defensa del planeta como una herramienta para conseguir o conservar poder político. Y como uno de los éxitos de la izquierda gobernante en España es el de la propaganda –que requiere abundantes recursos monetarios, pero de eso no le falta a la coalición PSOE/Podemos–, a este paso la ecología se va a convertir en asignatura obligada en los centros de enseñanza.

(Que nadie se engañe: quien esto escribe es consciente del momento que atraviesa el planeta, de cuán graves son las perspectivas y de la urgencia por tanto de habilitar soluciones a medio y largo plazo. Pero a la vez conviene no olvidar que la Tierra y sus habitantes son elementos compatibles y que no se pueden establecer prioridades entre ellos, sino una política que atienda a ambos factores a la vez. Y que tenga en cuenta que media humanidad, por lo menos, no puede prescindir, para prosperar, o de ayudas externas o de recursos internos. Y tiene todo el derecho a hacerlo.)

La cuestión está en que, siempre desde la opinión personal, aquí y ahora la defensa del medio ambiente se ha convertido en una cuestión de ideología y que algunos la han llevado al extremo del sectarismo. De tal forma que, como tantos otros valores, quieren convertirla, en exclusiva. Y si se está de acuerdo en que cuidar del entorno es una tarea colectiva porque el conjunto se beneficiará, transformar el “todo” en propiedad cuasi privada como algunos pretenden es, aparte de “herejía”, una contradicción flagrante. Habría que reflexionar, y mucho, sobre eso.

Puestos a ello –a reflexionar…– podría dedicarse algún tiempo a lo que aparenta deficitario a día de hoy en este país: un calendario específico y suficiente que aborde con seriedad lo que significará la transición ecológica, los sacrificios que tendrá que llevar a cabo una parte de la población –seguramente la más débil– y, en definitiva, qué hará falta para recorrer el camino hacia una meta que implicará también sin duda esfuerzos adicionales –y en Galicia ya se notan– para los que entonces tengan que hacerse cargo. Dicho de otro modo, que es imprescindible programar de verdad, y no limitarse a fabular como Esopo, por ejemplo.

A día de hoy, los poderes políticos y administrativos tienden a presentar el futuro como una especie de Arcadia feliz en la que convivirán la especie humana y la naturaleza sin que la segunda subordine a la primera sus intereses. Incluso hay quienes extienden su imaginación, apoyándose en tópicos ideológicos, hacia la armonía entre el paisaje y el urbanismo: es lo que plantea el Gobierno con su revisión de la normativa de Costas para ampliar las “zonas protegidas”. O, a más largo plazo, la solución del problema energético mediante descubrimientos maravillosos que, en algún caso, recuerdan la búsqueda de la fuente de la vida eterna que llevó a Ponce de León a las Indias. O sea, una vida en comunión con el medio ambiente, como la que el poeta Horacio retrató en su Beatus ille. Lo malo es que resulta poco probable.

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