Roadrunner es un documental que pretende ahondar en la compleja personalidad del chef y escritor Anthony Bourdain. Tras su suicidio en 2018, decenas de personas acudieron a la puerta de Les Halles, su antiguo restaurante neoyorquino, para darle las gracias no solo por sus programa de viajes sino también por proporcionarle una voz a los oprimidos y por ser una referencia de la clase trabajadora. Pasó de la cocina a la televisión. De la escritura como pasatiempo a las páginas del New Yorker. Del anonimato en la gran ciudad a la fama mundial. De la heroína al Jiu-Jitsu.

En el documental nos muestran una escena del rodaje de los últimos episodios que grabó para su programa “Parts Unknown”, de la cadena CNN, en la que Bourdain afirma, mirando al vacío, que se siente “muy feliz”. Sin embargo, sus amigos y compañeros sugieren que por aquel entonces ya no parecía él mismo. La afirmación adquiere entonces otro significado, quizás precisamente lo contrario de lo que él desea verbalizar a pesar de que nadie se lo pregunta. De él se dice también que siempre andaba como si estuviera persiguiendo (o escapando de) algo, con prisa por llegar a los sitios y prisa por salir de los sitios. Inquieto e insaciable.

La pregunta que recorre todo el documental (y de la que surgió probablemente el proyecto) no tiene repuesta. Es el elefante en la habitación que incomoda a todos los que lo quisieron y admiraron. Algunos se lamentan de lo que no supieron ver. Lo que pudieron hacer y no hicieron. Una conversación extraña que debió hacer sonar las alarmas. Unas lágrimas derramadas fuera de lugar. Unos silencios demasiado alargados en el tiempo. Pero solo se puede especular sobre un dolor misterioso. Los espectadores, por su parte, todavía lo entienden menos. Lo tenía todo: talento literario, éxito profesional, dinero y fama. Hasta tuvo la oportunidad de formar una familia. No le faltó ni la barbacoa de los domingos. Parecía feliz. Un tipo seguro de sí mismo y lleno de energía. Lleno de vida. Parecía.

Una amiga suya dice que no debería ser juzgado por sus últimos momentos, cuando aparecieron los cambios de humor y las obsesiones. Las decisiones injustas que tomó con algunos miembros de su equipo que lo acompañaron desde el comienzo (por una cuestión sentimental, por un error de juicio, por una manía llevada al extremo). Que su legado es algo mucho más importante que todo eso. Claro que Anthony Bourdain es mucho más importante que todo eso. Lo que transmitía, sin embargo, no era siempre lo que sentía. Sus libros y sus programas permanecerán siempre. Y su manera de ver el mundo también. Es que el único que viaje que no podemos ver es el interior. La procesión que va por dentro.