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Recuerdo como un hito en la todavía breve historia de nuestro autogobierno, la llegada de Manuel Fraga a la presidencia de la Xunta. Superada la fase inicial de la autonomía, el largo mandato (1990-2005) del calificado como león de Vilalba supuso un revulsivo político para la autonomía. Un tiempo donde la acción de gobierno, con todas sus sombras, adquirió carácter, estabilizó la institución autonómica, mejoró su percepción entre la ciudadanía y fue capaz de crear estrechos lazos de cooperación con el gobierno central y los grandes municipios.

El relanzamiento de la tradición jacobea, del que aún hoy continuamos recogiendo abundantes frutos; la culminación de la Autopista del Atlántico o AP-9 y la red de autovías o el lanzamiento del concepto de “autoidentificación” y su impacto en la acción cultural, son ejemplos de un modo de dibujar los horizontes de una política integral para Galicia.

Superado el interludio del bipartito presidido por Pérez Touriño (2005-2009), aún impulsado por una ambición transformadora global, la Xunta de Feijóo es ya otra cosa. Asistimos a la paradoja de una afinadísima administración autonómica presente ya en todos los ámbitos de la vida de los gallegos (educación, sanidad, urbanismo, patrimonio, hacienda, cultura, medio ambiente, agricultura, pesca y marisqueo, transportes, …) junto a la ausencia de un proyecto político para el país en su conjunto.

Muchas cosas han seguido cambiando para bien en Galicia a lo largo de los dos últimos decenios, pero existe la impresión de que el país se construye a trozos y a impulsos estrictamente locales. El municipalismo, allí donde existen equipos de gobierno capaces, se revela no sólo como el proveedor de las políticas de proximidad sino también de aquellas relacionadas con la modernización y hasta la promoción exterior. Pero los logros locales no bastan para hacer un país.

Hay un espacio humano, físico y económico, el de las áreas más pobladas, huérfano de liderazgo político integrador, coordinación institucional y proyectos compartidos. Ni el drama demográfico, ni el envejecimiento, ni la dispersión poblacional, siendo bien reales, deben postergar las necesidades de la parte más dinámica y poblada del país. Feijóo, en el ejercicio de sus funciones ejecutivas, tiene que hacerse presente en la Galicia urbana con un proyecto generoso de cogobernanza y los ciudadanos debemos sentir el acompañamiento e impulso de una administración autonómica profesionalizada, capaz de hacernos trascender los limitados horizontes municipales.

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