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Francisco García.

Billete de vuelta

Francisco García

Excelentísimos sin mérito

Cuando los servidores públicos se quejan de la creciente desafección política e institucional de los ciudadanos y aseguran no hallar, en impostada candidez, la causa de ese alejamiento cada vez más displicente, deberían caer en la cuenta de detalles que agrandan el sideral distanciamiento.

Que a cualquiera que ha sido ministro se le conceda, por gracia del Gobierno, la gran Cruz del Orden de Carlos III, distinción que reconoce a ciudadanos que “con sus esfuerzos, iniciativas y trabajos hayan prestado servicios eminentes y extraordinarios a la Nación y a la Corona”, suena a chufla y pone en solfa no solo a la mayoría de los condecorados sino sobre todo al Gran Canciller de esta orden, que es el presidente de turno. Sánchez el dadivoso acaba de conceder tal dignidad a, entre otros, al podemita Pablo Iglesias o al extitular de Cultura Maxim Huerta, el ministro más breve de la democracia española, que duró seis días en el cago tras destaparse una infracción con Hacienda. ¿Qué servicio extraordinario prestó Iglesias a la Corona que no fuera el empeño en desmoronarla? ¿Y el otro pájaro de procedencia televisiva? ¿Se entiende que pueda considerarse un mérito honorable dársela con queso al fisco?

No es hábito escandaloso solo de este Gobierno el reparto aleatorio de la lata de las medallas: también lo hicieron los anteriores. Al menos la distinción no está pensionada, que ya sería el colmo de la desvergüenza. Seguro que para alguno resultaría más apetitoso el engorde de la soldada que los reconocimientos de Estado.

¿Cómo no le va a poner una cruz la ciudadanía a la clase política, si esta condecoración la han conseguido, entre otros, convictos como Rodrigo Rato y Eduardo Zaplana o talentos intelectuales del tamaño de Leire Pajín? De los decenas de ministros que guardan en preciado estuche semejante dignidad, ¿cuántos la obtuvieron en razón de “virtuti et merito”? ¿Cuántos merecen el tratamiento de excelentísimo señor o señora?

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