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Cómo aprender a aprender

“Es muy diferente saber el nombre de algo a entender algo”, esta fue una de las frases más célebres que leí de mi físico favorito: el original y desenfadado Richard Feynman. Así, puedes saber el nombre de un pájaro en cien idiomas diferentes y eso no te ha dado ninguna información importante acerca del pájaro: ¿Qué color tiene?, ¿Qué ruidos emite?, ¿A qué velocidad vuela?, ¿Emigra? Llevando este experimento casero a la escuela básica, uno puede darse cuenta rápidamente de que muchas veces estamos enseñándoles a nuestros jóvenes a nombrar muchas cosas, pero en pocas ocasiones nos centramos en que entiendan realmente qué quieren decir y para qué pueden ser útiles.

Desde mi perspectiva, el método educativo español ha estado priorizando la cantidad sobre la calidad en innumerables ocasiones, premiando a aquél que tenga la mejor capacidad de retención mental (aunque sea a corto plazo, ya que después del examen nada importa). Esto fue algo que afortunadamente vi mejorar cuando comencé la etapa universitaria en Ingeniería. Me fijé que la calidad de la comprensión tenía ahora un mayor foco de atención y disfruté mucho más aprendiendo nuevos conceptos de ciencia y tecnología. ¡Tanto es así que en cuanto terminé industriales empecé inmediatamente Física en Londres! Y claro, nuevo país, nuevas reglas y nueva educación. Y sí, sí me chocó, ¡Y vaya si me chocó!

Para que nos entendamos, en España la filosofía es que el alumno atienda una serie de ponencias de sus maestros y trabaje “a posteriori” sobre este material, el análogo a ser un visitante en un nuevo museo. En Inglaterra me encontré justamente lo contrario, ya que se anima a que el alumno trabaje autónomamente sobre el material “a priori”, a través de apuntes, vídeos, problemas y por supuesto cualquier tipo de contenido nacido de la curiosidad personal (a la que premian mucho), convirtiéndote ahora en el guía más experimentado de ese mismo museo.

Y si alguno piensa que “el orden de los factores no altera el producto”, le voy a demostrar que no es así. Fijémonos, aquí el sistema está ideado para trabajar un único método educativo para N alumnos diferentes (y recalco el diferentes), mientras que en allí son N métodos diferentes, uno por cada alumno, con la ventaja de que cada estudiante puede adecuarlo a su ritmo y necesidades personales: el avanzado puede avanzar a mayor velocidad o explorar contenido adicional que le parezca interesante, mientras que el quede rezagado puede dedicarle algo más de tiempo en casa y ponerse al día. Por supuesto, este método es aplicable a todas las ramas del conocimiento. ¡Toda una delicia!

Así, el profesor pasa a un segundo plano en el sentido de que ahora él es el encargado de facilitar la llegada del conocimiento al alumno dotándoles de nuevas herramientas, así como mostrándoles ejemplos prácticos donde se vean cómo son efectivamente útiles. Por supuesto, no hay gato encerrado, el alumno es quien elige su nivel de compromiso: a más ganas y tiempo invertido, mejores resultados. Es decir, el cambio no es únicamente para el sistema, es también para la forma de entender la educación por parte de los alumnos.

Para terminar, me gustaría citar una frase de Edwin T. Jaynes: “La finalidad de la enseñanza es conseguir implantar en el estudiante una forma de pensar que le permita, en el futuro, aprender en un año lo que a su maestro le costó dos. Solo de esta forma conseguiremos continuar avanzando.

*Cofundador de Quantum Society

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