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Luis Carlos de la Peña

La vida posible

El documentado reportaje de Elena Ocampo en FARO DE VIGO mostrando el incremento poblacional en los municipios pequeños y medianos, a raíz de la aparición de la pandemia, da lugar a varias reflexiones, algunas de ellas enunciadas ya en la mencionada publicación. Se constata el ascenso evidente de empadronados en las localidades de las denominadas áreas metropolitanas de nuestras ciudades. No es un fenómeno nuevo, ni derivado del COVID. Desde 2008 las ciudades, no solo de Galicia sino de toda España, han venido perdiendo población. La Gran Recesión iniciada con la explosión de la burbuja inmobiliaria, expulsó primero a los inmigrantes ocupados en los empleos de la construcción y después y, hasta hoy mismo, a los afectados por las consecuencias de aquella brutal crisis. La pandemia no habría hecho sino agravar los perfiles de la desigualdad.

Tampoco son producto de la pandemia los procesos de reordenación urbana y consiguiente expulsión del centro de las ciudades de las personas con bajas rentas. Las áreas metropolitanas son las encargadas en primera instancia de absorber a esta población de jubilados, parados de larga duración y jóvenes en busca de emancipación y primeros empleos. En una segunda fase, el éxodo social continúa hacia el siguiente cinturón, más allá de las localidades metropolitanas, en una desesperada migración interior hacia zonas rurales donde todavía sea posible encontrar alguna infravivienda de alquiler accesible. Es uno de los síntomas evidentes de la pobreza, en la estela de la sociología narrada en la película 'Nomadland' (2020). En correspondencia con el absentismo de la Xunta, si la izquierda en Galicia se enorgullece –con razón– de gobernar desde los ayuntamientos a la mayoría de la población urbana, no es menos cierto que sus políticas respecto a la vivienda accesible, a la cohesión social y a construir ciudades más acogedoras e inclusivas, no alcanzan los mínimos que justificarían aquellos masivos apoyos electorales.

No todo es miseria ni desesperada huida. Hay quienes han aprovechado la pandemia para buscar entornos menos hacinados. Por fortuna, los cinturones metropolitanos están suficientemente dotados de los servicios públicos y privados, en camino también los facilitadores del teletrabajo. Y queda, al fin, en la tranquilidad de villas y pueblos, un reducido pero creciente número de nuevos vecinos que piensan y crean. Son aquellos que Coradino Vega ha incluido en su libro desbordante de sensibilidad, Una vida tranquila (2021).

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