Despedíamos el año sin atrevernos a realizar un pronóstico económico concluyente para 2022. Alegábamos, entre algunos datos inquietantes como la inflación, el PIB menor de lo esperado en el 2º trimestre o la falta de determinados suministros en particular para la industria del automóvil, que la incertidumbre venía también alimentada por la aparente contradicción que mostraban diversos indicadores. Si la prudencia es aconsejable en casi cualquier situación, es ley de hierro en la palabra escrita. Así, a las pocas horas de publicados aquellos comentarios para el nuevo año que ahora empezamos a tantear, la Agencia Tributaria daba a conocer el muy notable incremento (14%) de la recaudación fiscal hasta el mes de noviembre, en abierta disparidad con el PIB que crecía hasta el 6,3% en el acumulado de septiembre. Una divergencia que nunca antes se había dado en nuestra economía no mediando cambios tributarios. ¿Qué está ocurriendo?.

Tras el análisis de numerosos índices, el cruce de datos y la atenta observación del comportamiento de diversos sectores productivos durante la crisis, parece posible hablar ya de un modelo de recuperación en forma de K. Es decir, una caída brusca de la actividad a lo largo de 2020, primer año de la pandemia, con sectores enteros paralizados y, como consecuencia, un retroceso del PIB español de -10,8%. A partir de la aplicación de los ERTES, prestaciones a autónomos, líneas crediticias con aval oficial y el paraguas de reactivación europeo, la economía empieza a recuperarse. Pero no todos los sectores ni empresas lo hacen por igual. Las compañías aéreas, las agencias de viaje, la hostelería o el turismo y, en definitiva, todas aquellas ramas de actividad que precisan de interacción social, son las grandes damnificadas por la pandemia. En sentido opuesto, las empresas más digitalizadas, el comercio electrónico, las farmacéuticas, el sector alimentario y en general las actividades esenciales o que pueden permitirse el teletrabajo, son las grandes beneficiadas por esta coyuntura.

Con frecuencia hemos reiterado las menciones a la conocida síntesis del economista austríaco Alois Schumpeter al respecto de “la destrucción creativa”: la regeneración constante de nuevo tejido productivo basada en la innovación, más valor añadido y mayor productividad. Ese fenómeno está ahora implícito en la letra K, el ideograma que explica la disparidad de la evolución empresarial y justifica la curiosa brecha abierta entre recaudación tributaria y PIB.