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El almacén de vinos que antecedió a La Navarra

Los hermanos Bernardo y Justo Ureta abrieron en 1925 un negocio en la calle Princesa, que una década después dio origen a la popular taberna (2)

Los hermanos Ureta anunciaron por vez primera el 12 de enero de 1925 la apertura de su almacén de vinos. | // FARO

Sin dejar a un lado su oficio propiamente dicho de pastelero y cocinero, como ya contamos aquí la semana pasada, Bernardo Ureta Domezain puso en marcha junto a su hermano Justo un almacén de vinos con denominación de origen de su tierra natal. Una década más tarde, aquel depósito vinícola dio paso a La Navarra, señora taberna que mantiene hoy un innegable pedigrí, dispuesta a convertirse en centenaria como si tal cosa.

El almacén de vinos que antecedió a La Navarra

El lunes 12 de enero de 1925, Ureta Hermanos efectuaron la presentación en sociedad de su “gran almacén de vinos navarros” con un anuncio muy llamativo. Sin duda, fue aquel día la publicidad más destacada de la prensa local. Con un mensaje directo y sencillo, se declararon cosecheros y almacenistas, es decir, que respondieron con sus nombres de unos caldos propios; y anunciaron su venta al por mayor y menor.

El negocio se estableció en un local arrendado en la calle Princesa 15, que en realidad eran dos unidos, puesto que estaba comunicado interiormente con otro que daba a Charino 20. Ya nunca se movieron de allí.

A falta de un nombre comercial, la referencia más directa sobre la ubicación del almacén no fue otra que “la casa de Viaño”, un personaje muy conocido en esta ciudad por su casa de baños y por su ferretería en la Peregrina. Pese a que hacía varios años que José María Viaño había fallecido, el número 15 de la calle Princesa seguía siendo en Pontevedra “la casa de Viaño”.

Curiosamente, aquella publicidad remitía a los interesados en informes, precios y pruebas, a la confitería de la viuda de Losada en la calle Real, donde ya trabajaba Bernardo Ureta como pastelero. Eso hace suponer que, inicialmente, el almacén no estaba abierto al público con un horario amplio.

Bernardo era el hombre en Pontevedra, que se encargaba de la comercialización, mientras que Justo enviaba el avituallamiento desde Puente La Reina, su municipio natal. Algún tiempo después, cuando Bernardo se hizo cargo de la mentada confitería y le puso su nombre, también Justo se afincó en Pontevedra para compartir el negocio del almacén vinícola. Probablemente su primer ayudante fue Enrique Parra, padre de “Parrita”, que compaginó aquel trabajo entre barriles con otro bien distinto entre bobinas de películas mudas, como operador del Cine de los Exploradores (Ideal Cinema).

También sus vinos se expedían en La Antigua Estrella, una fonda heredera de la histórica posada conocida como El Parador, aunque su nombre propio era precisamente La Estrella, en clara referencia a la denominación de su plaza de acogida junto a la Herrería. Aquel mismo año, La Antigua Estrella pasó a manos de la viuda de Pajariño, una emprendedora de rompe y rasga que regentó con muy buena mano varios negocios en la hostelería pontevedresa.

El almacén de los Ureta comenzó muy fuerte y contra lo que pudiera creerse, no volcó su actividad solo en los vinos navarros, sino que desde su inicio sumó enseguida otros caldos de procedencia diversa.

El primer vino navarro de cosecha propia se vendió a 0,70 pesetas el litro. Pocas semanas después, ya ofertaron un blanco Manzanilla a 0,80 y una peseta, respectivamente. Y al mes siguiente, sumaron un jerez fino semidulce, de Manuel Fernández, a dos pesetas el litro.

Aquel verano de 1925 anunciaron por primera vez un “jugo puro de uva madura, sin mezclas ni adulteraciones de ninguna especie”, identificado luego como su gloriosa “pasa” adulzada, que adquirió un enorme predicamento entre una clientela variopinta. Unos iban a tomar la “chiquita”, mientras que otros pedían una “pasa” o dos si se terciaba.

Una leyenda urbana aseguró que los hermanos Ureta nunca despacharon vinos del Ribeiro en sus comienzos, fieles a sus caldos de Navarra. Pero eso no resultó cierto en absoluto. A finales de 1927, dos años después de la apertura del almacén, publicitaron la venta de “los mejores vinos del Ribeiro”, procedentes de la comarca orensana de Val do Raposo, en Arnoia.

Hombre dotado para las relaciones públicas y con mucho instinto comercial, Bernardo Ureta pronto se hizo conocido y se ganó un cierto favor público por sus múltiples iniciativas sociales. Su nombre no faltó nunca en las colectas benéficas ni tampoco en los homenajes populares.

Lo mismo entregó un importante donativo en 1926 para la familia de José Magdalena, que perdió un carro y sus cuatro caballos -único medio de vida- en el incendio de la cuadra de su casa junto a la capilla de la Virgen del Camino, que hizo otra aportación para un agasajo al director de la Polifónica, Blanco Porto, organizado en 1929. Y su nombre tampoco falto entre los socios fundadores del Círculo Mercantil e Industrial. Esa generosidad en favor de cualquier buena causa, mantuvieron luego todos sus descendientes.

El primer cliente fiel del que existe memoria oral por transmisión familiar fue el peluquero Celestino Fontoira y su mujer, Adela Peón. El matrimonio cogió el hábito de pasear muchas tardes desde su casa en la plaza de Curros Enríquez hasta el bodegón de los Ureta para comprar el vino de comer y, de paso, tomar una tacita o una pasa. Así surgió una gran amistad entre ambas familias, que continuaron sus descendientes, generación tras generación.

Curiosamente, el nombre de La Navarra referido al almacén de vinos, apareció por primera vez en la prensa local en febrero de 1937. Junto a la Confitería Ureta, figuró La Navarra en una suscripción pública para auxiliar a los habitantes de Málaga tras su “liberación” por las tropas de Franco. Nunca hasta entonces se publicitó tal denominación comercial, asociada al almacén de vinos de Bernardo Ureta, que continuó abierto durante la Guerra Civil.

El relevo generacional en la familia Ureta se formalizó en 1942, cuando Bernardo cedió el testigo a José María, hijo de su hermano Justo, según quedó reflejado en sus singulares anuarios, que conserva como oro en paño Milagros Guzmán, la actual matriarca familiar.

La historia de La Navarra tras la Guerra Civil y, en especial, la etapa más larga de esta taberna singular y única, con el popular Pepe Mari Ureta Rodríguez al frente, ocupará la crónica de la próxima semana.

Brindis por el Plus Ultra

Toda España celebró el 10 de febrero del año 1926 con desbordante entusiasmo la hazaña del Plus Ultra, el hidroavión que realizó el primer vuelo transoceánico entre Palos de Moguer y Buenos Aires. Desde el 22 de enero, día de su partida, el Plus Ultra recorrió un total de 10.270 kilómetros en siete etapas y empleó un tiempo de cincuenta y nueve horas y treinta minutos. Si bien la gesta aeronáutica tuvo una repercusión mundial, Bernardo Ureta quizá fue la persona que festejó dicha proeza en Pontevedra con más pasión. Desde su afincamiento en esta ciudad, aquel vinatero y pastelero siempre aprovechó cualquier ocasión para sacar pecho por su patria chica y no pasó por alto, nunca mejor dicho, el origen navarro de dos de los cuatro tripulantes del hidroavión: el capitán Julio Ruíz de Alda y el mecánico Pablo Rada, acompañantes del comandante Ramón Franco y del teniente Juan Manuel Durán. O sea, un éxito español, pero sobre todo un gran éxito navarro. Aquel día histórico, Ureta anunció la donación a la cárcel de 150 litros de su mejor vino, para que los presos internos brindaran por “el triunfo de Franco y sus acompañantes”. Así comenzó a labrarse su popularidad Bernardo Ureta.

La clientela taurina

El personal del coso de San Roque constituyó el gremio clientelar más antiguo, bullicioso y fiel que disfrutó La Navarra, según testimonio irrefutable de Enrique Parra “Parrita”, notario mayor de la plaza de toros de Pontevedra. “Parrita” dio fe que porteros, acomodadores y demás miembros del servicio, cobraban allí los honorarios devenidos de los festejos taurinos. Todos esperaban en el bodegón de los Ureta la llegada de Ricardo Lores, jefe de personal de la plaza, donde repartía a cada uno su paga correspondiente. Igualmente contó un recuerdo imborrable de su infancia según el cual, al acabar la procesión del Corpus, algunos porteadores depositaban sus santos en la calle Princesa antes de devolverlos a los camerinos particulares y acudían raudos a La Navarra junto a los guardias municipales para refrescar sus sudores después de una agotadora labor. Entonces la calle era una fiesta para todos. A la tradición taurina que caracterizó a La Navarra también contribuyó mucho antaño la vecindad de Manuel Pérez “Rondeño”, guarnicionero y banderillero, que vivía en el piso de arriba. “Rondeño” tuvo allí tertulia propia, donde daba rienda suelta a sus triunfos y también a sus frustraciones taurinas.

El Navarra Tinto Club

Una iniciativa muy celebrada de los hermanos Ureta al unísono consistió en formar entre su variopinta clientela dos equipos de fútbol con la única finalidad de disputar un partido a beneficio de la Cruz Roja en el mes de julio de 1930. Bernardo ejerció como manager del Navarra Tinto, en tanto que su hermano Justo hizo lo propio al frente del Última Hora. En juego de aquel match “humorístico-benéfico” estuvo una singular copa esculpida en caoba (la plata se cotizaba muy cara) y donada por el taller de ebanistería de Genaro Puga. Las modistillas Carmiña y Marina Bouzas Franco recogieron los donativos en la puerta del campo del Progreso. La recaudación ascendió a 128,35 pesetas, que no estuvo mal, y el partido finalizó 2-2. A su término, los Ureta obsequiaron a los participantes con pastas y licores. Allí mismo acordaron la celebración de otro encuentro dos semanas después para deshacer aquel empate. Con música ambiental de la banda de Salapán y su nuevo acordeón, la recaudación de este segundo partido llegó hasta las 138,75 pesetas. El Navarra Tinto y el Última Hora empataron de nuevo, en esta ocasión 1-1. Luego, la prensa de la época nunca reseñó sí hubo o no un tercero y definitivo match.

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