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Juan Carlos Laviana.

Normas absurdas

El debate sobre la imposición de las mascarillas en exteriores

Los de Madrid, cuando salen, y salen mucho, se quedan pasmados ante la rigidez de algunas normas en otras comunidades. El pasado verano en un chiringuito de una playa valenciana llamaba la atención de los foráneos que en torno a las mesas, ancladas en la misma arena, algunas personas permanecían sentadas y otras se levantaban. No para ir a ningún sitio, sino para seguir en el mismo lugar siguiendo la conversación. Hubo que recurrir al camarero para aclarar aquel comportamiento tan llamativo. “Si se fijan –explicó– los que se levantan están fumando”. Y añadió que la norma era muy clara: “No se permite fumar sentados en una terraza”. De hecho, continuamente se veía obligado a recriminar a quienes fumaban permaneciendo sentados, que de inmediato se levantaban. Sin embargo, añadió, la norma nada dice de fumar de pie ante una mesa.

La prohibición de fumar en las terrazas, aunque discutida, tiene un sentido. De hecho, se aplica en muchas comunidades. Pero, ¿cuál era la diferencia entre fumar sentado y fumar de pie? ¿Cómo evita que el virus se traslade de unos a otros en torno a una mesa? La única explicación que se me ocurre es que el humo del cigarrillo se eleva medio metro al levantarse, y viaja más cómodamente a esa altura por el inmenso espacio de una playa.

Me he acordado de la extraña escena de Valencia ante la imposición, desde el día de Nochebuena, del uso de las mascarillas en el exterior. La medida ha sido tan discutida que ha provocado el milagro de que izquierda y derecha se pongan de acuerdo en su rechazo. No solo han sido los ciudadanos –no son pocos los que públicamente han anunciado que no la acatarán–, sino que también destacados médicos han denunciado su nula eficacia. Al parecer, según algunos expertos, llevar la mascarilla en exteriores solo contribuye a que se humedezca y pierda su función protectora cuando entramos en un espacio interior. Es decir, que cuando llegamos a tiendas, grandes superficies o transportes públicos, la mascarilla ya no cumple su función. No menciono los bares y restaurantes, porque en estos establecimientos directamente no la usamos ante la imposibilidad –hoy por hoy– de comer o beber con la mascarilla puesta.

Desde mi ignorancia, supongo que alguna razón habrá para tal medida. De hecho, Grecia, Lituania, Malta, Rumanía, Eslovenia y Chipre también la han adoptado y otros tantos países se la están planteando. Pero el Gobierno no nos la ha explicado, cayendo una vez más en uno de los grandes errores en la gestión de la pandemia: la incapacidad de nuestras autoridades para comunicarse con sus ciudadanos.

"Si los gobernantes son incapaces de explicarnos sus normas, están justificando la obediencia ciega o, aún peor, la insumisión"

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En el otro lado del espectro político, la presidenta madrileña, Díaz Ayuso, que como todo el mundo sabe es tan liberal que considera que la mejor norma es la no norma, se ha inventado “la cultura del autocuidado”. Bien está que todos velemos por nuestra salud de la mejor forma que Dios nos da a entender. De hecho, la responsabilidad ciudadana ha sido factor clave en el presunto éxito de España en la lucha contra el virus. Pero estamos ante una situación excepcional: la peor pandemia en un siglo, y una situación excepcional requiere medidas excepcionales, pero comprensibles.

La obligatoriedad del uso de las mascarillas en exteriores recuerda aquellas normas, incoherentes para nosotros, que nos imponían nuestros padres. Tras agotadoras alegaciones, las discusiones terminaban siempre con el “porque lo digo yo, que para eso soy tu padre”. Las leyes están para cumplirse, es obvio. Como lo es que sin normas no hay convivencia posible. Pero si los gobernantes son incapaces de explicarnos sus normas, están justificando la obediencia ciega o, aún peor, la insumisión, porque, como decía el revolucionario francés Marat, “una obediencia ciega supone una ignorancia extrema”. Y esta sociedad ha demostrado ser menos ignorante de lo que los políticos piensan y las redes sociales aparentan.

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