Opinión | Crónica Política
La paradoja

La paradoja / Javier Sánchez de Dios
Es más que probable que, por mucho que lo intenten, los estrategas del PPdeG –porque se supone que alguno habrá en el partido hegemónico de Galicia, aunque cosa diferente es su eficacia– no puedan evitar el asombro de su parroquia ante las paradojas que se suceden en su seno. Ni tampoco espantarán una cierta indignación ante la evidencia de que sus prédicas, a la hora de los hechos, sean tan parecidas que semejan iguales a las de sus adversarios. Y sería bueno que nadie, en su “aparato”, se haga el despistado: ejemplos de lo que se dice, sobran: lo que falta es una explicación seria. Que para eso gobiernan, entre otros objetivos.
Habrá que señalar pues alguna de esas paradojas, la más reciente ocurrida precisamente aquí, en Galicia. Una comunidad en la que los mensajes, reiterados, de su presidente electo hablan de centrismo, moderación y, sobre todo, respeto a los principios democráticos a la hora de ser consecuentes con la voluntad ciudadana. Y sin duda tiene razón en sus tesis el señor Feijóo: ocurre que en asuntos públicos no cabe aplicar aquello del filósofo según el cual “lo mejor es enemigo de lo bueno”. Resulta más cierto al revés: nada es tan bueno como lo mejor
No es crítica para el titular de la Xunta ni duda acerca de la sinceridad en cuanto dice. Por eso sería quizá conveniente que, en su condición de indiscutido líder de su propio partido, reclamase de todos los que en él militan que cumplan no ya las normas éticas internas, sino que prediquen con el ejemplo a la hora de la coherencia con los reiterados planteamientos de su partido. Porque no siempre ha sido así y, por lo que se ve, tampoco ahora, cuando parece que hay quien, ahí, hace con sus principios lo mismo que Marx. Pero los de Groucho, que son especialmente elásticos.
A título de muestra baste el último, por ahora, de los abundantes botones con los que podría abrocharse el argumento. Es el de Porriño, en el sur/oeste que su señoría cree tan esquivo para con su formación. En una de las villas más dinámicas de este Reino, como es la citada, el Partido Popular acaba de conculcar dos de sus principios más repetidos: uno, el de la presunción de inocencia al beneficiarse de una censura contra la hasta ahora alcaldesa ante la que nada había que la obligase a dimitir; otro, el de no pactar contra la conciencia, suponiendo por supuesto que ese concepto sea aplicable a la política de hoy en día.
Es posible que haya quien considere ingenuo, e incluso utópico, reclamar en estos tiempos, y en ese oficio, coherencia entre lo que se dice y lo que se hace –o, por ser del todo exactos, para que se exija a la militancia de un partido que cumpla con lo que podría calificarse de doctrina oficial–, pero renunciar sin más sería peor. Porque significaría de algún modo que ya nadie tiene autoridad moral, la autoritas que decían los latinos, ni tampoco la política para actuar en conciencia, y la esperanza de que aún exista es irrenunciable. Y por eso, al menos desde una opinión personal, es paradójico que se condenen los pactos del PSOE con comunistas en el Gobierno central y se establezcan en el de Porriño, salvando las distancias. Porque ya se sabe que no es lo mismo, obviamente, pero se le parece tanto…
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