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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Muchos inocentes, pocas inocentadas

No hace mucho, aunque parezca que ha pasado un siglo, los periódicos solían publicar tal día como hoy toda suerte de noticias imaginarias. Informaban, un suponer, del robo de uno de los leones de las Cortes; o de un sorprendente fenómeno climático que habría secado la bahía de la Concha en San Sebastián. Algunos donostiarras se acercaron a comprobarlo, según dio cuenta al día siguiente la redacción del diario en el que se publicó la broma.

Sigue habiendo muchos inocentes como aquellos, pero ya apenas queda rastro de la tradición impresa de las inocentadas.

Es natural. Hoy en día se publica, por ejemplo, que la Iglesia tiene dos Papas: uno argentino con plenos poderes y otro alemán que sigue allí a título de emérito, y lo más seguro es que demos por cierta la inocentada. Lo mismo ocurriría si alguien sobrado de imaginación inventase que en España existen cuatro reyes, aunque dos de ellos sean eméritos y uno se haya ido a Oriente, de donde en realidad vienen los reyes magos. Que son uno menos que los de España.

Se trata de sucesos insólitos que, a pesar de eso, nada tienen de inocentada. Igualmente real fue el hecho de que Benedicto XVI, el pontífice emérito, publicase años atrás un libro en el que aclaraba a los fieles la inexistencia de burro o buey alguno en el portal de Belén. Aquella afirmación de hondo calado teológico se produjo meses antes de su renuncia al poder ejecutivo dentro de la Iglesia, vaya usted a saber por qué.

No es que haya menos inocentes ni menor número de inocentadas. Simplemente ocurre que estas se publican ahora en las redes sociales durante todos los días del año, lo que ha privado de sentido alguno a las bromas típicas del 28 de diciembre.

"El periodismo es oficio en vías de reconversión que no puede competir con los disparates de la vida misma"

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Mucha gente cree sin la menor duda que Bill Gates, el diabólico dueño de Microsoft, ha implantado microchips para controlar al mundo en las vacunas contra el virus que provoca el COVID-19. Otros han llevado su fe en las redes al extremo de introducirse en el cuerpo, por vía anal, una dosis de lejía que consideraban remedio óptimo para acabar con la enfermedad. Alguno de ellos acabó, en realidad, con su vida; pero estos son accidentes que pueden ocurrirle a cualquiera.

Infortunadamente, el periodismo es oficio en vías de reconversión que no puede competir con los disparates de la vida misma; y tal vez eso haya acabado con la candidez de los lectores que tiempo atrás picaban en las inocentadas.

No solo se trata de que cada día sea más arduo distinguir entre las informaciones de la prensa humorística, como The Onion o El Mundo Today, y los dislates con pretensión de seriedad que se publican a diario en Facebook, Twitter y por ahí.

Más inquietante aún que eso es la credibilidad absoluta que tantos lectores dan a cualquier tontería difundida desde el anonimato en las redes. Da fe de ello un estudio de la Universidad de Stanford del que se deduce que gran parte de los universitarios de Estados Unidos son incapaces de diferenciar una noticia de un anuncio; y que muchos de ellos asumen como ciertos los miles de bulos que circulan por internet.

Son malos tiempos, en fin, para las tradicionales inocentadas; aunque paradójicamente haya crecido como nunca el número de inocentes. Ya dijo Mark Twain que el 28 de diciembre nos recuerda lo que somos durante los otros 364 días del año. Aunque él se refería al 1 de abril, día de los tontos en el mundo anglosajón.

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