Me fundieron de estaño y cobre en 1891, y es verdad que no soy muy vieja, pero al igual que los hombres, tenemos heridas que no se pueden coser. Nuestra historia como campanas, nos remonta a tiempo de los egipcios y romanos, estos últimos nos denominaron “tintinábula”; pero son los cristianos los que nos dan fama al utilizarnos para señalar (signum) sus reuniones.

En ese año me ataron al yugo, en una pequeña parroquia de A Estrada, y no dejé de tocar hasta el día que perdí el badajo y quedé estéril, sin sonido; bien pensé que volvería al fuego para convertirme en otra cosa, pero el destino me ató a quien me cuida desde entonces: Manuel Villanueva.

Creo que las campanas, en cierta manera somos importantes. Muchos han hablado de nosotras, aún ensueño con Rosalía de Castro sus palabras:

Y en sus notas, que van repitiéndose por los llanos y los cerros, hay algo de candoroso, de apacible y de halagüeño. Si por siempre enmudecieran, ¡qué tristeza en el aire y el cielo!, ¡qué silencio en las iglesias!, ¡qué extrañeza entre los muertos!

También Azorín recuerda nuestro tañido por tierras del Quijote:

Unas campanas me despiertan; son tres campanas: dos hacen un tan, tan, sonoro y ruidoso, y la tercera, como sobrecogida, temerosa, canta, por bajo de este acompañamiento, una melodía larga, suave, melancólica. Cervantes oiría entre sueños, todas las madrugadas, como yo ahora, estas campanas melodiosas.

El día que me descolgaron del campanario, estaba Manuel Villanueva, y pidió que me dejaran sonar por última vez. Tocó a rebato, solemne con tono decidido, como un “Encore” una pieza regalada. Mi tañido llenó todo el espacio, y como tantas veces, vibré bajo la tierra, recordando tristezas y penas de los que ya no están, también alegrías, sueños y esperanzas. Y es que estoy hecha de viñas y terruño, de historia y tradición. También os guardo rencor; por tener que repicar por vuestros incendios intencionados y vuestras absurdas guerras, muchos de los que avisaba con mi repicar, siguen enterrados por las veredas y caminos de la Galicia traicionada, esperando que los encuentren y les den el descanso digno.

Manuel Villanueva, nació en una aldea del occidente asturiano, en San Clemente; y pasó casi cuarenta años en el interior de la mina antes de venir aquí, la vida lo puso en este lugar. Siempre me tocó acompañado, protegido por el alma de su mujer y su hijo; ellos lo cuidan mientras se encarama a lo alto del campanario para estar junto a mí; quedaron atrás, por la crueldad del destino, jóvenes, demasiado jóvenes. Y hoy Manuel Villanueva vuelve a querer, porque la vida es querer, y junto a Maruja maneja la hacienda con mano experta.

Cada día nos vemos, porque no dejó que me fundieran; bien sabe Manuel, que, de algún modo, las cosas de la vida tienen una esencia común, da igual de que estemos hechos, si lo que vale es un buen querer; como el nuestro.

Sic transit gloria mundi.

*Politólogo y vecino de A Estrada