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Juan Gaitán

A cuento de la Navidad

Nadie nos contó nunca qué fue de la mula, qué del buey, qué de la estrella, si tal vez siguió errando por el universo, alumbrando el nacimiento de otros niños, de otros intentos inalcanzables de amor y de paz. Nadie nos contó nunca qué fue de los pastores, ni qué de los Reyes después de las ofrendas. Su viaje en los belenes de todas las infancias fue siempre solo de ida. Hicieron el camino paso a paso, avanzando unos centímetros cada día, y luego fueron devueltos a la caja de cartón donde aguardan que pase un año. No regresan, no prosiguen su viaje, no continúa su cuento.

Tampoco supimos qué se hizo del oro, del incienso, de la mirra. Nadie nos contó nunca aquellas historias, los márgenes de “la historia más grande jamás contada”, los flecos no cerrados del primer cuento de Navidad. A mí siempre me ha gustado pasear por esos arrabales de los relatos, quizás porque en ellos se instala el olvido, tan grato, tan compasivo siempre.

Escribo en vísperas. La Navidad está ahí, tras la puerta, llamando con sus campanillas, como en aquel villancico que me gusta cantar, quizás el único que canto con gusto: “Por los campos de mi Andalucía, los campanilleros en la madrugá…”. Hace algo de frío. Nadie me contó qué fue de aquel niño a quien el brillo de las luces siempre le hacía pensar en la inmensa oscuridad que tiene detrás todo lo que reluce. Nadie me contó qué pasaría cuando las sillas vacías, cuando las ausencias, y cómo intentaría suplirlas encendiendo una vela como símbolo y recuerdo de quienes ya no están, una luz pequeña para iluminar una mesa demasiado grande y demasiado vacía. Nadie me contó qué pasaba después de todo aquello, dónde fue a parar la pandereta que me compró mi madre en un puesto callejero, ni el sabor de aquellos borrachuelos, ni la alegría sin causa de aquellos días azules.

Nadie nos contó que llegaríamos hasta aquí con mascarillas tapándonos la sonrisa, con miedo de las olas, de las manos, de los abrazos. Nadie nos contó que habría años de impuestas distancias, de inseguridad y de aislamiento. De suspender la vida. Contarán este tiempo, pero nadie contará qué fue de todos estos personajes secundarios que somos cada uno de nosotros, estos anónimos sin oro, sin incienso, sin mirra, a la intemperie de un mundo que se ha vuelto tan hostil. Nadie contará este cuento de Navidad en el que tratamos de seguir adelante, amparándonos en la memoria de tiempos mejores que no sabíamos que eran mejores. Nadie contará que llegamos aquí sin posada, sin estrella, y aun así, haciendo un hueco a la esperanza.

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