Siempre me ha llamado mucho la atención cómo reaccionan algunas personas al escuchar el acento gallego. Una vez, en Washington DC, en una de estas fiestas organizadas para españoles desplazados, pude percibir la indignación de una chica a la cual no le entraba en la cabeza que su interlocutor no hubiera perdido completamente ese deje que, a juzgar por su mirada de asombro, casi de temor, como la de un ciervo cruzando la carretera a medianoche, denotaba estancamiento y atraso. Es que, a los ojos de esta confundida cosmopolita, tantos años en el extranjero exigían un cambio sustancial en la modulación de la voz.

Todo aquello suponía un misterio irresoluble para quien, por supuesto, creía hablar en español con acento neutro, indistinguible y transnacional, prueba de que el hablante había visto y recorrido mundo, sobre todo ciudades grandes con muchas paradas de metro, edificios altos y centros comerciales. Quien la escuchara podría identificar rápidamente su procedencia, igual de respetable que la gallega, pero la última parecía cargar con una mancha que tenía que ser borrada mediante la utilización de verbos compuestos y una entonación menos musical, solo válida para desahogos literarios.

En esos casos la mejor respuesta es la que le dio Andy Garcia a Rosie O’ Donnell cuando esta elogió el supuesto acento en inglés del actor estadounidense de origen cubano: “A mí también me gusta mucho el tuyo”. O’ Donnell se quedó de piedra, pues aseguraba no tener acento de ningún tipo, ante lo cual Andy Garcia, digno heredero de la familia Corleone, le dedicó una sonrisa compasiva, sabiendo que al menos algunos espectadores comprenderían la intencionalidad de su respuesta.

"Hasta una jueza alertó sobre los peligros de la 'Galicia profunda', tierra de meigas y espíritus de la Santa Compaña, plagada de aficionados al licor café que corren desnudos con un cuchillo entre los dientes"

Uno siempre ha sospechado que semejante reproche no se le haría a un manchego o a un madrileño, por poner unos ejemplos menos periféricos. Borges, un escritor erudito y políglota, que disfrutaba con las literaturas escandinavas y la gramática japonesa, es conocido por su universalismo, pero su identidad argentina impregna toda su obra y es imposible comprenderlo prescindiendo de ella. Cuando Borges cautivaba a su audiencia compartiendo sus conocimientos en diversas conferencias sobre Dante, Joyce o el pensamiento esotérico, lo hacía sin reprimir su acento argentino. Lo mismo se puede decir de algunos británicos ilustrados que hicieron carrera en Estados Unidos, como mi admirado y extrañado Christopher Hitchens, a quien nunca le hubieran exigido una americanización de su acento como parte del proceso de integración en lo que acabó siendo su nueva patria. Más bien al contrario. La anglofilia sigue siendo una de las debilidades de ciertos estadounidenses que piensan que todo lo elegante y aristocráticamente superior proviene de aquellas islas.

Lo que se sugiere, claro, no es tanto perder el acento gallego (o todos los acentos) como desprenderse de un supuesto origen campesino. Quitarse la boina de Paco Martínez Soria. Ejemplos de estas ideas preconcebidas se han plasmado nada menos que en una sentencia judicial sobre la custodia de un menor, redactada por una jueza de Marbella, quien alertó sobre los peligros de la “Galicia profunda”, tierra de meigas y espíritus de la Santa Compaña, plagada de aficionados al licor café que corren desnudos con un cuchillo entre los dientes, a diferencia de otros territorios peninsulares más modernos, seguros y menos salvajes. Hasta una ministra, al inaugurar el AVE, hubo de congratularse por el fin de la “Galicia aislada y brumosa”, insinuando que con el tren de alta velocidad cambiarán también las condiciones atmosféricas. Y citando, cómo no, a Valle-Inclán. No se recurre al autor de Luces de bohemia para cada transformación en el paisaje urbano de la capital de España con un brindis por la desaparición de un “Madrid absurdo, brillante y hambriento”. Es que un día van a mandar un gallego al espacio y cuando regrese alguien se sentirá extrañado de que no se le haya pegado el acento de los marcianos de Mars Attacks! Tanto tiempo fuera del planeta y el tío sigue con el maldito acento. No parece un astronauta.