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Julio Picatoste

Carlos Lesmes ‘dixit’

"La presidencia del Consejo de la Justicia debe ser ejercida por una persona imparcial alejada de los partidos políticos" (Informe N.°10 (2007) del Consejo Consultivo de Jueces Europeos)

Forma parte de la liturgia de determinados actos –inauguraciones, imposición de condecoraciones y ceremonias similares– que algunos oradores echen mano de la grandilocuencia, las florituras verbales y los lugares comunes, todo ello bien aderezado con dosis de autocomplacencia e hinchada retórica al uso. Y uno empieza a sentir hastío de la hipocresía ritual, cansancio de lo vulgar, y hasta cierto enojo, si asiste al acto, porque la cortesía y la urbanidad obliguen al silencio frente a la sobreactuación verbal hueca y la oratoria campanuda que suena a partitura hipersobada; es entonces cuando a uno le asaltan las ganas de gritar: ¡basta, basta, no quiero palabras nunca refrendadas por los actos! No hay mayor amargura y desengaño que la de ser perro viejo y resabiado. Por eso me he puesto a dieta de ciertos actos oficiales.

En uno de estos actos recientes, Carlos Lesmes, presidente perpetuo del Consejo (perenne y) General del Poder Judicial, ha aprovechado para hablar de justicia eficaz, accesible y transparente como cualidades que él considera imprescindibles para el buen servicio público de la justicia, que no es, dice, verdadera justicia si no es de calidad. Y eso está muy bien y cualquiera lo firma. Pero yo preguntaría al Sr. Lesmes qué ha hecho durante estos ocho largos años que lleva en el cargo para que aquellas sean en verdad las cualidades de la Administración de Justicia. Pues, francamente, nada o muy poco. Otros designios han desviado su atención. Y lo que se haya hecho, si es que, al cabo, algo se hizo, habrá sido notoriamente insuficiente porque no se ven resultados tangibles. Estamos donde estábamos hace años. Sobran entonces las palabras.

Transparencia. No es posible hablar de transparencia mientras haya nombramientos de cargos judiciales que se conciertan y negocian secretamente, en la penumbra de los despachos y cenáculos, sin explicar por qué el mérito y la capacidad han sido tantas veces orillados –y mancillados– en beneficio del clientelismo, el amiguismo o el peso asociativo, ni por qué impera el trueque entre “míos” y “tuyos” allí donde el interés general solo permite la ponderación de méritos y capacidades.

Según el Sr. Lesmes, el nivel de transparencia es determinante de la confianza que los ciudadanos depositan en la Administración de Justicia. ¿Acaso no es consciente de que el órgano que preside suscita entre jueces y ciudadanos una creciente desconfianza? ¿Pero es que no es capaz de atisbar el menguado crédito que puede merecer un órgano de gobierno de los jueces –al que incumbe amparar la independencia del Poder Judicial– por el hecho de ser presidido por quien desempeñó cargos de libre designación en gobiernos de una determinada formación política y que era en su día identificado por la prensa como el candidato del Ministerio de Justicia, es decir, de aquel aciago y funesto Gallardón?

"¿Puede asegurar el Sr. Lesmes que el actual sistema de selección de jueces para su ingreso en la carrera judicial asegura el reclutamiento de los mejores?"

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Justicia de calidad. ¿Puede el Sr. Lesmes asegurar, con la mano en el corazón, o mejor, en la conciencia, que el Consejo y él mismo se han ocupado de poner al frente de los cargos jurisdiccionales más relevantes a los mejores y más preparados? ¿Puede asegurar el Sr. Lesmes que el actual sistema de selección de jueces para su ingreso en la carrera judicial asegura el reclutamiento de los mejores?

Justicia eficaz. ¿Puede ser eficaz y de calidad una justicia de tribunales sobresaturados, anegados de papel, con unos jueces forzados a trabajar bajo la tensión permanente del apremio de asuntos pendientes, mientras son instados por el propio Consejo a despachar papel a ritmo ligero? Según la autorizada pluma del profesor Nieto, profundo conocedor de la Administración española, el órgano de gobierno de los jueces quiere eliminar la demora de la Administración de Justicia a costa del deterioro cualitativo; por ello sugiere que la alegoría de la Justicia cambie la balanza por el reloj. Me remito a mi anterior artículo donde daba cuenta de la sanción injusta puesta a un juez porque, pese a un rendimiento adecuado a las propias pautas del Consejo, no incrementaba su productividad, con el incasto propósito de que supliese con su sobreesfuerzo personal la desidia de quienes tienen el deber de procurar la mejora logística de la Administración de Justicia.

Y no sigo, que es Navidad. Así que, por hoy, tengamos la fiesta en paz.

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