Es posible que, a estas horas y entre los no expertos –que, a buen seguro, suman mayoría hipercualificada entre la población, y ya ni se diga entre los políticos– siguen estupefactos ante los resultados de la reciente reunión de presidentes para abordar, o eso dice Moncloa, la situación pandémica. Y el asombro no resulta difícil de explicar: instalado en su dolce far niente desde que dejó de utilizar un estado de alarma –ilegal, según el TC– para otros fines además del sanitario, el Gobierno se inventó la cogobernanza, que no es sino una coartada para disimular su incapacidad preventiva y resolutoria.

Hay algo aún peor: de cuando en cuando, como este miércoles, don Pedro Sánchez y su gabinete se permiten indicar que otros –o sea, todos menos ellos– no lo están haciendo bien y los llaman a capítulo. Pero lejos de aportar credibilidad al conjunto. y más allá de las mascarillas y las distancias, aparte del lavado de manos –en sentido figurado, costumbre política habitual de este gabinete–, de vez en cuando retocan las normas vigentes desde el primer día y reinventan la yenka: “adelante, atrás, uno, dos y tres...”.

Por si aún quedase alguien con ganas de ver la botella con algo de líquido en vez de vacía del todo, baste con repasar el último “acuerdo”: muertos de miedo electoral, los “especialistas” de Moncloa siguen con el vaivén, por lo menos hasta la séptima ola –y siguientes–, que se esperan para la segunda semana de enero. Ahora podría decirse, como antes en las escuelas, lo de que levante el dedo el que sepa cómo arreglar todo esto. O paliarlo, incluyendo el miedo que la incapacidad produce entre la población al ver cómo la “victoria” sobre el virus que se anunció hace más de un año y la “normalidad recuperada” gracias a las vacunaciones masivas”, que tanto proclama el presidente, solo es un engaño.

Es lo que hay, aunque sea discutible o matizable y por más que a los que lo reconozcan se les descalifique –o injurie– con adjetivos que ni los mismos que los emplean acierten a saber con exactitud qué significan. Lo que es siempre triste, y más todavía en días como los de hoy y mañana, en que tantos que deseaban “felicidad” ahora se conforman con pedir “salud”, algunos quizá porque suena más “progresista”. En este país se está llegando a eso, o algo parecido pero que, por lo que se deduce, a pocos les preocupe. E incluso los hay que lo promueven por propio interés.

Como lo medible no es opinable, las cifras deja el asunto muy claro: se multiplican los infectados, las colas para una prueba de PCR rápido –gratuita en Galicia– son kilométricas estos días, los fallecidos aumentan aunque por ahora en menor número. Y quienes han legislado para autorizar la eutanasia, proteger a los animales de los malos tratos y garantizar la legalidad de los abortos para menores de edad incluso sin conocimiento de sus progenitores resultan incapaces en apariencia –seguramente por falta de voluntad política o acaso por precaución penal: hacerlo podría implicar responsabilidades en el Ejecutivo central siquiera por dejación de funciones– de emplear media hora en explicar por qué no modernizan la Ley de Salud Pública. Es posible que les guste más la yenka. O el vaivén.