Hay que reconocer, aunque duela, que Galicia padece incluso las alegrías. Y no se trata de que algún majadero insista en un supuesto “victimismo” que solo puede apreciarse desde la ineptitud política y/o la pereza administrativa. Viene a cuento el introito de que aquí se recibe con alborozo y epítetos grandilocuentes la llegada de un AVE Madrid-Galicia incompleto, con veinte años de retraso y sin fecha para rematarlo y racionalizar su trazado, de forma que además de entre el interior y el litoral no aparezca el riesgo que añadir otra división del país.
(No es un recurso dialéctico. Sin esa racionalización, este antiguo Reino tendría una parte bien comunicada por ferrocarril y otra regular, por no decir mal. Y eso que no se habla de los trenes de cercanías ni de los de mercancías, que mientras otros ya los tienen en marcha, aquí han de esperar ojalá que no ad calendas graecas. Porque hay precedentes, por desgracia demasiados –aparte del AVE–, que conformarían una relación de asuntos mal llamada “deuda histórica” y para saldarla harían falta cientos de cobradores del frac en persecución de los deudores).
Todo ello se cita no para amargar la fiesta de la inauguración ya celebrada, ni muchos menos por ingratitud: solo para reclamar, otra vez, de este Gobierno y de los que vengan, como se hizo a todos los anteriores, que tengan en cuenta que el incumplimiento de plazos conlleva de algún modo una reducción de objetivos. Y con ella una grave pérdida de competitividad al llegar a destino para pasajeros y productos procedentes de Galicia. Porque a lo citado, la lista de débitos ha de incluir el Corredor Atlántico de Mercancías y la conexión de los puertos. O el remate del AVE Ferrol-Tui y el tramo Vigo-Cerdedo-Ourense, sobre los que por ahora solo hay buenas palabras.
Es verdad que lo que acaba de ponerse en marcha merece la importancia que tiene, y que para Galicia supone un paso importante hacia su completa homologación no ya con el resto de España, sino con Europa. Pero no puede perderse la perspectiva de las carencias, sin desdeñar en modo alguno las dificultades. Y ni Madrid ni Santiago deberían olvidar, por estratégica, la habilitación de la cornisa cantábrica –que limita con Francia– al siglo XXI para el transporte del futuro, que es el ferrocarril. Y que pronto tendrá conexión allende los Pirineos, pero del otro lado.
Conste, antes de terminar y porque es de justicia, siempre desde la opinión personal de quien escribe, dejar claro que cuanto se cita como retrasos excesivos no es responsabilidad del Gobierno actual, sino también de todos los anteriores, todos con saldos repletos con más pena que gloria. Pero al gabinete de don Pedro Sánchez, que ha venido a Galicia más veces en mes y medio que en tres años –ha de ser que con el AVE a Ourense resulta más cómodo– ha de saber que, además de proceder a aportar la alegría –aun relativa– de las inauguraciones, está obligado a acelerar todo lo que lleva tanto tiempo al ralentí.