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César García Solís, mucho más que un gran ‘sportman’

Fue el primer pontevedrés que estudió en Oxford a finales del siglo XIX y se convirtió en un perfecto caballero con mucha notoriedad social, deportiva y política

César, primero por la derecha en la fila del medio, con amigos en un baile del Casino. | // ARCHIVO FAMILIAR

César García Solís fue el primer joven pontevedrés de buena familia que a finales del siglo XIX estudió en la Universidad de Oxford. Esa envidiable formación inglesa, además de aportarle un dominio de la lengua de Shakespeare nada común por estos pagos, caló hondo en la conformación de su personalidad. Ante todo, se comportó siempre como un perfecto gentleman.

César García Solís, mucho más que un gran ‘sportman’

Tan cuidada educación resultó la mejor inversión que hizo el padre en favor de su único hijo varón, entre tres hermanas, Leopoldina, Mercedes y Mª Luisa. Nunca se arrepintió de aquella decisión, pese a su alejamiento familiar. Aquilino García Estévez pasó por ser en su tiempo el comerciante más próspero y reputado de esta ciudad, con permiso de Plácido García y algún otro más, merced a su acreditada ferretería, quincallería y objetos de escritorio, instalada en la parte baja de la casa familiar en la calle Don Gonzalo, de bella factura. Allí estuvo después la paquetería de Juan Rodiño.

Durante el tiempo de estancia en Inglaterra, el joven César pasó siempre sus vacaciones en Pontevedra. En esos intervalos no dejó de participar en diversas iniciativas deportivas y sociales, como el Sport Náutico de los Placeres, de la Casa de Baños de Montero Villegas, y la Sociedad Venatoria de caza, pesca y tiro de pichón. De ambas entidades fue socio constituyente y en esta última ocupó el puesto de vicesecretario en su primera junta directiva. Luego ingresó con su padre en el Touring Club Hispano Portugués, una elitista promotora del turismo internacional solo para gente rica.

Bernardito López pasó por ser la primera escopeta pontevedresa, tanto de tiro de pichón como de tiro al plato; pero César no le anduvo a la zaga en diversos campeonatos, donde ganó muchos trofeos.

Así inició el chico de don Aquilino, como se decía entonces, su trayectoria de reputado sportman; un reconocimiento popular que nunca dejó de alentar, incluso con la práctica de deportes minoritarios como la hípica o el ciclismo.

Rafael Landín manejó referencias directas para nominarlo entre los precursores del pedal, junto a Javier Puig Llamas y los hermanos Vázquez Lescaille. Por su parte, Hipólito de Sa rememoró la cuadra de caballos de César en la trasera de la casa familiar por la calle San Sebastián, que cuidaba un carabinero retirado.

Un amigo suyo dio fe que César García Solís trajo de Londres el primer balón de fútbol que llegó a esta ciudad hacia 1905. Con sus amigos más cercanos, Alejandro Mon, Evaristo V. Lescaille, Edmundo Novoa, Victoriano Encinas, Francisco Mauricio, Víctor Lago y algunos más, formó un equipo amateur que midió sus fuerzas con otros de Vigo y Vilagarcía. Al año siguiente formaron el Pontevedra Sporting Club en el seno del Liceo Gimnasio, con A Xunqueira de Lérez como feudo. César brilló como delantero centro incisivo y goleador en aquellos albores balompédicos que recogió en un libro estupendo Leoncio Feijoo Lamas.

Entonces comenzó a trabajar bajo la supervisión de su padre para hacerse con el negocio familiar. Tras el mostrador de la sucursal de la próspera ferretería en la plaza de la Peregrina, se desenvolvió con igual soltura que entre sus amigos karepas, unos reputados juerguistas con leyenda propia.

Si durante su juventud se implicó mucho en la organización de bailes, cotillones y otros saraos del Liceo Casino, ya convertido en un hombre hecho y derecho asumió allí otras responsabilidades. A principios de 1927 desempeñó la presidencia de la entidad, acompañado por Rafael Picó y Luis Fonseca como vicepresidentes, en una directiva que revalidó su mandato al año siguiente.

De aquella junta salió otra presidida por Picó, en donde César ocupó una vocalía, que hizo realidad uno de los grandes anhelos del Liceo Casino: disponer de un parque de verano para su masa social desde 1930. El papel desempeñado por él resultó crucial, porque facilitó el alquiler de la hermosa finca ubicada en Mollabao, a pie de la carretera de Marín, heredada por los cuatro hermanos García Solís después del fallecimiento de su padre. No hace falta subrayar que aquel parque fue clave en el inmediato resurgimiento de la señera entidad, y todavía recordado hoy por sus cenas y bailes.

Igualmente formó parte de sucesivas directivas de la Sociedad Económica de Amigos del País, junto a su cuñado, Rafael Saenz Díez, Torcuato Ulloa, Luís Gorostola o Enrique de Rojas, con el marqués de Riestra como presidente.

Durante la referida década de 1930 estuvo en la constitución de la Comisión de Beneficencia, y luego de su heredera, la Junta Provincial de Protección del Menor. Sus generosos donativos nunca faltaron en múltiples colectas en favor de buenas causas. Al mismo tiempo, intervino en la organización local del frente Pro-Patrimonio Industrial y Mercantil, un movimiento nacional en defensa de sus intereses profesionales que alcanzó mucho eco.

Por su relevancia social, César García Solís fue reclamado por diversos gobernadores civiles para participar en política. Si bien su paso por el Ayuntamiento resultó casi testimonial, mayor protagonismo tuvo como diputado provincial. Primero, tras la caída de la Monarquía y, sobre todo, en sucesivas gestoras desde finales de la Guerra Civil hasta los primeros años de la década siguiente, compartiendo tareas con Manuel Fontoira, Rafael Picó, Aureliano Virgós, Casiano Peláez, entre otros.

Al cumplir 70 años, inició una discreta retirada de la vida social, en parte forzada por la pérdida de una suculenta herencia a causa de una boda mal vista por su familia. Ese resultó un episodio tremendo, que dio mucho qué hablar. Pero sobrevivió dos décadas más en compañía de su querida esposa.

“A la avanzada edad de 91 años dejó de existir el distinguido y muy querido pontevedrés, César García Solís, dotado de simpatía y trato admirables que le convertían en un perfecto caballero”. Así comenzó el corresponsal Benigno de la Torre, Tono, la necrológica de FARO que escribió en 1972.

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Alcalde a la fuerza

La relevancia social, el prestigio comercial y la inexperiencia política de César García Solís encajaron como anillo al dedo con el perfil buscado por la Dictadura de Primo de Rivera para renovar los ayuntamientos. De ahí su designación a principios de 1924 para integrar una nueva corporación, que dos meses después dimitió para facilitar la aplicación del Estatuto Municipal. Él no solo mantuvo su condición de concejal, sino que resultó elegido alcalde por 14 votos a favor y dos en blanco, pese a la resistencia que mostró para ocupar el cargo. Por inspiración del gobernador civil, Leonardo de Saz, encabezó un equipo de gobierno formado en exclusiva por populares comerciantes como Rafael Varela, Gabriel Santos, Julio Antúnez y Manuel Lesteiro, entre otros. Apenas tuvo tiempo de firmar un bando sobre el consumo de carne y promover una reorganización de la Guardia Urbana. Ante el quebranto sufrido por la delicada salud de su anciano padre, presentó la renuncia para volcarse en el negocio familiar, que el gobernador no tuvo más remedio que aceptar tras su rechazo inicial. La corporación municipal dejó constancia en acta de su pesar, al tiempo que elogió la dedicación mostrada en los tres meses como alcalde.

Consejero de la Caja

La representación que obtuvo en el consejo de administración de la Caja de Ahorros Provincial de Pontevedra a finales de la Guerra Civil, no solo se convirtió a la postre en el cargo que García Solís ostentó más tiempo, sino que también fue donde realizó la labor más importante a lo largo de doce años. A mediados de 1940, se convirtió provisionalmente en consejero-director por la renuncia de Casiano Peláez, hasta encontrar un profesional adecuado. Esa búsqueda se demoró más de lo debido durante el año y medio siguiente. Después fue reelegido como consejero y jugó un papel muy relevante desde 1948 junto a Daniel de la Sota al frente de una Comisión Permanente que la Caja recuperó con carácter ejecutivo. De la Sota como presidente y él como secretario, efectuaron a conciencia una radiografía de la institución, incluso visitando sucursales y agencias. Finalizada esa labor encomiable, firmaron una moción conjunta para mejorar su funcionamiento y propiciar su expansión mediante diversas propuestas que obtuvieron una aprobación unánime. A causa de una grave crisis interna en 1951 por la imposición de Gaspar Gil como director desde el Ministerio de Trabajo, De la Sota y García Solís abandonaron la Caja

Boda muy controvertida

Un gentleman como él estaba destinado a casarse con una chica bien, de familia pudiente, habitual del Liceo Casino. César podía haber elegido a cualquiera entre un ramillete amplio de amigas de bailes, cenas y saraos. Pero escogió mal, según el canon social imperante, y provocó un enorme revuelo. Contra corriente, García Solís se empeñó en casarse con Carmen Lorenzo, más conocida como La Chata, la madame más famosa del barrio de A Moureira, dueña del legendario bar Abanico y patrona de La Mimitos. Esa decisión suya que tanto escándalo y dolor causó entre su familia, se produjo después de que el Gobierno prohibiera la prostitución a mediados de 1956, desatando una auténtica caza de brujas policial contras aquellas pobres mujeres, que tan buenos ratos hicieron pasar a muchísimos pontevedreses. Entonces prevaleció su caballerosidad y se negó a abandonar al amor de su vida. Carmen y César protagonizaron una boda tardía, nunca se escondieron, vivieron en la casita más pequeña de la Herrería y cuidaron uno del otro. A su fallecimiento en 1972, ella encabezó el funeral con mucha dignidad en la capilla de San Mamed, del cementerio de San Mauro. Luego, nunca dejó de organizar, año tras año, una misa de aniversario en su memoria.

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