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Qué tal si buscamos culpables

(En memoria de Verónica Forqué)

“The sounds of silence” fue un gran éxito del dúo Simon y Garfunkel de marzo de 1964. La letra de la canción explicaba cómo en una ciudad como Nueva York –la ciudad que nunca duerme de Sinatra–, con millones de personas abarrotando sus calles, las personas pasaban de largo, sin comunicación entre ellas.

A mediados de los 90, en la universidad en una asignatura de Sociología, nos contaron que una década atrás se llevo a cabo el siguiente experimento: en una habitación había una persona que se expresaba libremente sobre cosas mundanas: deportes, política, religión… Al otro lado de la habitación había otra persona que, si no le gustaba lo que oía, podía enviar descargas eléctricas con una mayor o menor intensidad. Así, quien tenía el “poder” de hacer sufrir a la otra persona no se cortaba un pelo en administrar descargas eléctricas a su semejante. Huelga decir que los investigadores no conectaron los electrodos; es decir, la descarga no se producía en realidad aunque el “malo” no lo sabía. Repitieron este experimento pero con una salvedad: ahora los dos individuos estaban en la misma habitación, cara a cara. Nadie tuvo valor para apretar el botón de la “supuesta” descarga eléctrica.

Hoy, a pocos días de terminar otro año más, uno de los principales vehículos que emplean miles de millones de personas para comunicarse son las redes sociales; punto de encuentro para que unos cuantos cientos de millones las empleen para ponerse a parir mutuamente, bajo ese falso anonimato. Que, por cierto, a ver si alguien explica de una vez que, aunque no se vean cara a cara ni pongan su nombre verdadero y todos tengan un alias, para la Policía y Cuerpos y Fuerzas de Seguridad son completamente identificables.

Del mismo modo que (casi) todos los medios de comunicación se regulan con códigos éticos y toda su publicidad pasa por Autocontrol (un ente de autorregulación de la industria publicitaria), cómo es posible que los usuarios de las redes sociales campeen a sus anchas, permitiendo que vociferen improperios sin medida ni castigo (expulsión de las mismas). Multitud de noticias que vemos en medios de comunicación son comentadas por una –espero– pequeña legión de tipos sin escrúpulos que no dudan en humillar de manera pública a quien haga falta.

Verónica Forqué atravesaba una mala racha. Posiblemente concursar en ‘Masterchef’ no fue más que para buscar una vía de escape. Lo que nadie podía imaginar era que a través de las redes sociales sufriera el escarnio de la audiencia. ‘Masterchef’ no la mató. El detonante fueron los crueles usuarios de las redes sociales que la empujaron a su abismo.

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