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Juan Carlos Herrero

Dolores Vázquez

Tuvo que ser –una vez más– el periodismo de investigación quien deshojara la margarita del periodismo sensacionalista, que “riega” el macetero social en el ‘caso Rocio Wanninkhof’. Para pronunciarse en esta lid criminalística hay que leer, como mínimo, el libro de Vicente Garrido “True Crime”, y cómo entrecruza documentados casos de asesinatos en los que no se distingue entre ficción y realidad. Juicios y prejuicios llenos de recovecos, si acaso injusticias por la torpeza de quienes tienen que demostrar la culpabilidad.

Este catedrático en Psicología apellida el título de su libro como “La fascinación del mal”. Esa extensión criminalística es la que resume la respuesta social respecto a la culpabilidad cuando un juicio es mediatizado. Nos fascina el mal consumiendo series compulsivamente, cuanto más si la trama es noticiable superando con creces la ficción: el ‘caso Wannikhof’.

Tuvo que ser, una vez más, la corazonada de un abogado bienhechor, que con su ojo clínico creyó a pies juntillas en la duda existencialista de su clienta, ya culpable de la “pena del telediario”.

"La necesidad de resarcir a la acusada en falso por el ‘caso Wanninkhof’"

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Dolores Vázquez dudó de sí misma, cual kamikaze que circula en dirección contraria. “No todos van a estar equivocados”, pensó. ¿Y el amor? ¿Qué pinta en toda la escena del crimen? Lo explicita magistralmente la madre de la criatura asesinada. Nos dan una lección de sinceridad resaltando que las sociedades maduran, pues son las mismas que las juzgan y condenan, aun siendo un veredicto que emana del jurado popular. La injusticia se quedó en casa, entre quienes configuramos el estado social y de Derecho: no intervienen los tribunales, más que para ratificar la “pena del telediario”.

Dolores Vázquez debe ser, cuanto antes, resarcida y premiada por su abnegación. Sentimentalmente con el beso de quien manifiesta que Dolores ha sido la persona a la que más ha querido, su compañera sentimental. Y socialmente con la benemérita medalla de quienes tienen capacidad de rendir honores, al mérito, a la resiliencia de una mujer a la que tenemos que devolverle el cariño que durante tantos años le hemos silenciado, pedirle perdón con hechos.

Esa amnesia que ella empezó a consentir, en la creencia que fuese “culpable” y no recordaba, motivó la defensa a ultranza de su fiel abogado. La misma amnesia que la sociedad debe reconocer para recompensarla con un gesto institucional pidiéndole perdón y demostrarle el cariño de toda la sociedad. ¿Hay medallas para el sufrimiento? Pues que se la den.

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