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Luis Carlos de la Peña

La úlcera interminable

La Guerra Civil española sigue siendo, superados los 80 años de su terminación, fondo inagotable para la investigación histórica y motivo de constante inspiración literaria. También, por desgracia, recurrente munición para el debate político del presente: “la guerra interminable”, que denominó y secuenció la ya añorada Almudena Grandes. No recuerdo qué historiador, sin duda de la estirpe de los hispanistas británicos, aconsejaba a los españoles superar el estupor en el que aún permanecemos ensimismados abriendo el foco e insertando las desgracias de aquel brutal desgarramiento en el contexto más global de los fascismos, los totalitarismos y aún de los imperialismos de la época. Un mal de muchos que nos exoneraría, al menos en parte, de tanta culpa como arrastramos. Temo que no hagamos caso.

El pasado 28 de noviembre, ingresaba en la Academia de la Historia el catedrático de Historia Contemporánea, Enrique Moradiellos. Con tal motivo leyó su discurso: Quo vadis, Hispania? Winston Churchill y la guerra civil española (1936-1939). El profesor Moradiellos es especialista en las relaciones hispano-británicas durante el siglo XX. En este texto presenta nuevas referencias sobre la Guerra Civil extraídas del archivo privado de Winston Churchill: cartas personales, artículos de prensa y discursos que fueron escritos antes de que el político conservador volviera al gobierno como primer ministro en 1940. En síntesis, Moradiellos destaca el convencimiento de Churchill “de que la Guerra Civil –úlcera española, la llama– tenía el potencial de desestabilizar el continente”. Ya en julio de 1936 advertía al socialista Léon Blum, primer ministro francés, que “si envía aviones y demás a la República, como están haciendo Alemania e Italia con Franco, en Inglaterra se alejarían de Francia porque supondría ponerse del lado soviético”. En definitiva, afirma Moradiellos, Churchill “se mostró firme partidario de la neutralidad y de la no intervención”.

En ese gran documento histórico, político y literario que son los Diarios de Guerra, Manuel Azaña, presidente de la República, escribe el 14 de junio de 1937 con desengañada agudeza: “No se advierte que Inglaterra viese con agrado el triunfo de la República. (…) Entonces, ¿a través de quién desea ganar Inglaterra en España?”. Un testigo de aquellos acontecimientos, George Orwell, ofrece su concluyente respuesta en Recuerdos de la guerra de España (1942): “La Guerra Civil española demostró que los nazis sabían lo que estaban haciendo y sus oponentes no”. Círculo cerrado.

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