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Juan Gaitán

El compromiso

Siempre me han causado asombro los múltiples altavoces de la muerte, su capacidad de convocatoria. Si quieres que hablen de ti, aunque sea efímeramente, muérete.

Así, por esa causa tan terrible, se ha hablado mucho en estos días de Almudena Grandes en las radios, los periódicos, los telediarios. En los telediarios solo hablan de los escritores cuando se mueren o las raras veces que ganan un premio muy importante. El resto del tiempo los escritores no existen, no existimos. El modo más lejano de la fama es ser escritor. Basta con cruzar la acera de tu calle para que nadie sepa quién eres. Y esto, a mi entender, es estupendo, aunque alguna vez haya oído a los viejos poetas de mi ciudad proferir este lamento casi marxista:

–La plusvalía que ha producido la Generación del 27 entera, Lorca y Alberti incluidos, no alcanza a la que origina un gol de Messi en un partido de Champions…

Ah, los viejos poetas, siempre con sus poderosas razones.

De Almudena Grandes se ha dicho mucho, pero casi siempre destacando “su compromiso ideológico”. Lo tenía, sin duda. Quizás no sea el valor literario más alto del que se pueda disponer, si es de literatura de lo que hablamos. Yo, que nada soy y nada seré, que todo cuanto he escrito podría desaparecer mañana sin que se notase, sin que a nadie le importara, no querría que de mí se dijera cosa alguna sobre “mi compromiso”, a no ser que se refiriesen a un compromiso estético, o al menos al intento de lograrlo. Si algo tienen que decir de mí, que acaso ni haga falta, me gustaría que dijesen que ponía bien los adjetivos.

“Almudena Grandes está ya en el silencio y lo que ha quedado tras ella, esa algarabía de voces condolidas, no es más que un modo barato de caos”

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Es curioso cómo ocurren estas cosas. Se muere a destiempo una escritora (siempre se muere a destiempo, todo el mundo muere joven) y de pronto se alza una oleada de comentarios en los medios de comunicación, en las redes sociales. Todo eso es más, muchísimo más, de lo que ninguno de esos medios, ni siquiera aquellos en los que colaboraba, dedicó y dedicará jamás a su obra, que al fin y al cabo, como nos pasa a todos, era su vida.

Siempre dedicamos más espacio a la muerte que a la vida. Si decía Beckett que la vida era un caos entre dos silencios, Almudena Grandes está ya en el silencio y lo que ha quedado tras ella, esa algarabía de voces condolidas, no es más que un modo barato de caos, un coro de desconsolados que hoy, sí, justo hoy, ya habrán olvidado el luto, y el auténtico dolor ha quedado donde siempre queda, en su viudo, en sus huérfanos, y en el par de amigos ciertos que, con suerte, se pueden tener en una vida, si es que uno no la ha desperdiciado del todo haciendo coros en el caos o poniendo mal los adjetivos.

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