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Luis Carlos de la Peña

Almudena y los libros

De Almudena Grandes, de su intensa trayectoria, destacaría su determinación para entender el presente. Y para lograrlo no dudó en cogerlo por la pechera, mirarlo de frente y construir su literatura con las cuentas perdidas del collar de la historia, en eficaz ariete contra el olvido, la hipocresía y la moral acomodaticia.

Desde bien pronto, el pasado en su obra se convierte en materia para la comprensión de lo que ahora nos pasa. Hay en su literatura de alto bordo y en los artículos de prensa, una común y constante voluntad de explicación, de entendimiento y de manifestada pedagogía moral y también política. Una voluntad de ser exactos en el detalle, en las fechas, los lugares y los ambientes, pero que no aspira a construir historia sino a fundamentar e hilar emociones.

Pasado y presente unidos a través de las vivencias de personas concretas, pero comunes, casi anónimas. Personas a las que en muchos casos les caracteriza su condición de supervivientes, de resistentes a las circunstancias del entorno. En cierta medida, el mundo de los perdedores. ¿Y quién no lo es? Historias que permanecen silenciadas, ocultas y que la voluntad de la escritora ha desenterrado para elevarlas a la condición de pasado restaurado, de historia común que es preciso conocer y asimilar con todas sus consecuencias para habitar como adultos este tiempo compartido.

"La escritora ha desenterrado el mundo de los perdedores para elevarlo a la condición de pasado restaurado"

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Escéptica con las formas de la Transición, Almudena consideraba que “tenemos una democracia sin raíces. Reconocer la tradición republicana dio miedo y pareció que no era sensata”. Mucho de su obra reside en recuperar lo que de sensato y razonable habitó en aquella tradición, en el espíritu colectivo y en el particular de sus coetáneos, historias que ella ha documentado con esmero y que muestran, en negativo, la zafiedad y la miseria moral del momento.

Con Almudena Grandes se ha ido un modo generoso, comprensivo e inteligente de explicar a las personas concretas, sin perder la perspectiva de los grandes movimientos colectivos y sociales. Una mirada que no disimulaba los afectos y que deja un mensaje vitalista: la capacidad de nuestra voluntad para modificar el entorno. A su entierro han acudido los familiares y los amigos con flores rojas y, sobre todo, con libros. Un hogar, un refugio hecho de papel y palabras cargadas de ética, de humanidad y de consuelo.

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