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Ánxel Vence.

crónicas galantes

Ánxel Vence

Sube todo, menos el vino

Predicen con agüero cierto los economistas que el desenfreno de la luz hará subir el precio de las legumbres, de la carne, del pescado, de las conservas y hasta el del agua del grifo. Felizmente, no hay previsión alguna de que el vino o la cerveza vayan a sufrir el efecto desmadrado de la inflación. La paz social, que tanto costó lograr en este país de pronunciamientos y guerras civiles, está en principio garantizada.

Además de un tónico de reconocida eficacia, el vino es un indicador del estado de ánimo de la población. Generalmente, su precio surfea las oleadas de inflación, por lo que una subida en el coste del Rioja, el Ribera del Duero o el Albariño aventuraría graves desdichas en el futuro.

No va a ser así, por fortuna. El vino que eleva la moral del pueblo parece haber quedado milagrosamente al margen del estallido de los precios.

Ya no será necesario bautizar los caldos con agua sacrílega para que rindan más, como solían hacer en tiempos algunos taberneros de ética distraída, ignorando que el vino no precisa de sacramentos. Aquella atroz costumbre decayó con el tiempo y la entrada de España en la Unión Europea, afortunadamente.

La feliz contención de sus precios ha hecho que el litro de vino peleón –el otro, todavía no– cueste ya menos que un litro de gasolina. Pasó lo mismo durante la crisis inmobiliaria, que vuelve a asomar la patita; y se repite ahora el caso con los efectos económicos de la pandemia. No entra dentro del orden natural de las cosas que cueste más darle de beber al coche que a su amo; pero se conoce que las petroleras están a la que salta cada vez que el motor de la economía da síntomas de griparse.

“El mantenimiento del precio por debajo de lo que cuesta la gasolina es una válvula de escape en tiempos de dificultad financiera”

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Lejos de constituir una mala noticia, salvo para los automovilistas más fanáticos, el mantenimiento del precio del vino por debajo de lo que cuesta la gasolina es una válvula de escape en tiempos de dificultad financiera.

Ahora que la luz y los carburantes ensombrecen el futuro, cobra particular importancia el papel de los bares como instituciones sanitarias en las que curar o al menos aliviar la congoja. Hay en España unos quince establecimientos de bebidas por cada farmacia; y a pesar de ello, el país goza de la segunda mayor tasa de longevidad del mundo, solo mejorada por Japón.

De las virtudes del vino nos dio cuenta ya Hipócrates de Cos, médico famoso y compasivo que hace ya veintitantos siglos lo tenía por “cosa admirablemente apropiada para el hombre” siempre que “se administre oportunamente y con justa medida”.

Pautado en módicas dosis, al igual que se hace con las medicinas, el vino podría compensar con sus beneficios el daño que hace al hígado; si bien es cierto que los médicos no suelen aconsejarlo por el riesgo de que el consumidor se exceda en la toma.

No es menos verdad, sin embargo, que el vino exalta la libido, fortalece las relaciones sociales y hasta obra el milagro de hacer sinceros a los hombres. “In vino, veritas”, sostenían los romanos; e incluso los goliardos -aquellos clérigos disolutos de la Edad Media- alababan su efecto antidepresivo en la famosa estrofa: “Cuando estamos en la taberna, no nos preocupamos de la tumba”.

Alentadora noticia, por tanto, la de que el vino resista heroicamente a la generalizada subida de precios de estos días. Todo lo malo será que, al Gobierno, en apuros de tesorería, le dé por subir los impuestos sobre el morapio.

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