Aunque es probable que no hayan pensado nunca sobre ello, serán bastantes los que coincidan conmigo en que hay palabras amables, como amor, felicidad, abrazo, y otras que parecen más antipáticas, como la del título de esta reflexión: aborrecer. Y es que se puede decir que, al igual que las personas, hay palabras que nos “caen” mejor que otras, lo cual explicaría que exista una mayor predisposición a escribir sobre ellas, así como dedicarse con mejor ánimo a su lectura. Y ello porque siempre habrá, creo, una inclinación mayor a afrontar la reflexión sobre una palabra de la que uno espera un contenido positivo que otra de la que teme que le produzca desazón.

Lo cierto es, sin embargo, que tanto las palabras bonitas como las feas son parte de nuestro tesoro lingüístico, y que de unas y de otras se aprende, ya sea para saber lo que conviene hacer como lo que se debe evitar. Esta es la razón por la que, después de aproximarme la semana pasada al verbo abrazar, traigo hoy a esta columna un verbo, supuestamente poco apetecible, como es aborrecer. Y digo supuestamente porque a primera vista es un término perturbador.

En el Diccionario de la RAE, el vocablo “aborrecer” tiene dos acepciones: “1. Tener aversión a alguien o algo. 2. Dicho de algunos animales, y especialmente de las aves: dejar o abandonar el nido, los huevos o las crías”. Permítanme que al comentar ambos significados altere el orden de exposición para despachar primero la significación menos conocida y centrarnos a continuación en la que se usa con más frecuencia.

Lo primero que me llama la atención al analizar la segunda acepción de “aborrecer” es que se echa en falta una precisión y es que no se matice que no todo abandono del nido supone aborrecer, sino solo el que se hace anticipadamente. Lo que quiero señalar es que, aunque no lo dice el diccionario, pienso que no se puede considerar que hay una aversión o aborrecimiento al nido cuando el ave en cuestión lo abandona una vez finalizada con éxito toda la nidificación. Por eso, me atrevo a señalar que solo cabe hablar, en rigor, de un acto de “aborrecimiento” cuando el abandono del nido tiene lugar anticipadamente, lo cual se conoce también con el nombre de “falla de anidación”.

"No son pocos los que están contra el mundo desde que se levantan hasta que se acuestan"

Aunque este es un dato generalmente desconocido, la falla de anidación en las aves es muy común, se debe a diferentes razones y no suele ser motivo de alarma. Esto es hasta tal punto cierto que, en muchas especies, sucede que son más los nidos que fallan que los que tienen éxito. Así por ejemplo, en un estudio realizado en Costa Rica hace varios años, los investigadores descubrieron que para la mayoría de las especies de pájaros cantores pequeños la posibilidad de sobrevivir al período completo de colocación y gestación de los huevos fue inferior al 10%.

A lo que antecede hay que añadir que las razones por las que las aves aborrecen sus nidos son variadas. Es posible que hayan estado sentadas sobre huevos infértiles durante el tiempo suficiente para darse cuenta de que no iban a salir del cascarón. Y, sobre todo, cabe la posibilidad de que hayan descubierto que el nido era vulnerable a los depredadores o inseguro por cualquiera otra causa. Se dice, por ejemplo, que la presencia habitual de personas cercanas al nido es una causa frecuente de aborrecimiento.

Señalado lo anterior, entramos en el análisis de la primera acepción que es, sin duda, como decía, la que mayor interés despierta. Y lo primero que debe reseñarse es que la citada palabra alude a una actitud negativa del sujeto agente. Aborrecer es tener aversión por algo o por alguien y por “aversión” se entiende sentir “rechazo o repugnancia frente a alguien o algo”.

La primera idea que sugiere esta palabra es, por tanto, que cuando una persona entra en el estado de aborrecer a alguien o algo se produce una perturbación repentina de su “normalidad” o, lo que es lo mismo, el estado en el que se encuentra su carácter de manera habitual u ordinaria. Precisando un poco más se puede añadir que el estado de aversión o aborrecimiento en el que se sume el sujeto supone una ruptura de su equilibrio emocional: el aborrecedor pasa del estado de neutralidad que suponía hasta entonces la indiferencia sobre la persona o cosa aborrecida a una inclinación vehemente en contra.

No se puede descartar que el hecho mismo de aborrecer o de sentir aversión pueda resultar placentero para el que lo está experimentando. Como decía aquel torero “hay gente para todo” y no son pocos los que están contra el mundo desde que se levantan hasta que se acuestan. Tampoco puede obviarse que pueda tratarse de un sentimiento incontrolado o difícilmente controlable, en cuyo caso los aborrecedores podrían alegar en su defensa que no deberíamos censurarlos por padecer algo desagradable que no buscan de propósito.

Por eso, excepto para aquellos que aborrecen con gusto pido clemencia porque me parece que se está mejor cuando el espíritu está sosegado, esto es, cuando no se sufren los altibajos que produce combinar los estados de normalidad con los del desorden propio del aborrecimiento.

Con respecto a lo aborrecido ya sean seres o cosas, el diccionario solo los menciona como objeto de la aversión. En la aversión que se tiene a las cosas siempre suele haber una causa, más conocida a medida que avanza la investigación y responde en muchas ocasiones a intolerancias no descubiertas de nuestro cuerpo. Y en cuanto a las personas aborrecidas, me permito recordar, como escribió Quevedo, que debemos aborrecer los vicios, no a las personas, y añadir, porque no suele ser infrecuente, que como indicó Gracián, no hay peor descrédito que aborrecer a los mejores.