Opinión | de un país
Escohotado
La mera existencia de individuos como Antonio Escohotado (1941-2021) es motivo de celebración. Celebración de la vida y de contarla con las notas de color que en él han sido habituales: las lúdicas y también las rigurosas. Envuelto en el humo y la palabra elegante y precisa, Escohotado ha tenido la suerte de vivir varias vidas y en todas pareció ocupar el papel del chamán, el hechicero o del crupier. En uso de algunas de esas vidas supo ser joven entre los jóvenes de distintas épocas y lo fue por estar siempre dispuesto a pensar, a no dar nada por consabido y a pasar por el tamiz de la razón lo dado, lo previsible y hasta lo correcto.
Dice Fernando Savater que en Escohotado “la personalidad está por encima de la obra” y es cierto que su didactismo argumental desliza una suerte de encantamiento en torno a sus maneras, a su propia figura. La legión de sus seguidores en YouTube podría ser una prueba tanto de la gracia de su magisterio como del fluido sabio de su dialéctica.
Decía que varias generaciones de jóvenes han encontrado en Escohotado un compañero de inquietudes compartidas. A la juventud le incomodan los dogmas, prefiere destriparlos y rebuscar allí, en la vísceras, la verdad, la suya por supuesto. Nuestro filósofo, jurista, profesor universitario y madridista –con libro incluido– disfrutó los dones de la oportunidad y la perspectiva original. En los setenta del pasado siglo, una serie de tipos un tanto viajados como Luis Racionero –Del paro al ocio (1983) admite una relectura–, Rubert de Ventós, Vicente Verdú, Sánchez Dragó o el arquitecto Óscar Tusquets entre muchos otros que incluían a Escohotado, transitaban por vías distintas a las del pensamiento consolidado a derecha e izquierda. Serían nuestros postmodernos. La juventud más creativa y recreativa los seguía y las investigaciones que Escohotado puso por escrito sobre las drogas formaron parte del contrapunto al rigorismo político que se vivía en el país, a las relaciones paterno-filiales y a los tabúes que infestaban la vida cotidiana.
Ya en los últimos años y en un giro que incluye a no pocos de su generación, Escohotado se prodigó en el apostolado del liberalismo económico, un Popper celtíbero dispuesto, una vez más, a argumentar en los platós televisivos, las plataformas y, siempre, bajo el sol de Ibiza. Los jóvenes le escuchan.
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