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Por definición, la memoria es personal. Forma parte de esas capacidades mentales que, sumadas, constituyen el yo y no resultan accesibles para los demás en tanto que no tengamos a bien el comunicarlas. Los sentimientos, las emociones, las alegrías y los dolores, los recuerdos, se quedan almacenados en nuestra mente. Así que hablar de memoria colectiva es, o bien un recurso político-literario o un intento de tergiversación sin más. Se ha explicado tantas veces y por cabezas tan brillantes que poco sentido tendría volver sobre ellos.

Pero sucede que se está tramitando una ley de la memoria histórica que, en términos estrictos, supone legislar sobre lo que no puede ser. Ni a través del Boletín Oficial del Estado ni a martillazos cabe meter en nuestra mente recuerdos que no estén ahí; no digamos nada ya si, encima, se encuentran normalizados en virtud de un objetivo a seguir. Mediante la nueva ley de memoria histórica se podrán definir obligaciones, prohibiciones y hasta delitos pero poco tendrá que ver todo eso con la memoria real.

"Sucede que se está tramitando una ley de la memoria histórica que, en términos estrictos, supone legislar sobre lo que no puede ser"

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¿A santo de qué, entonces, meterse por esos senderos tan espinosos? El argumento que se esgrime es que la Guerra Civil y sus secuelas nunca podrán dejarse atrás si antes no se realiza una especie de recuperación de los recuerdos acerca de lo que supuso aquel drama, dando por supuesto que esa tarea higiénica no se ha podido hacer hasta ahora a causa de los obstáculos que pusieron los vencedores, es decir, el régimen franquista, para que pudiésemos conocer la verdad. Pero ese objetivo en principio tan plausible tropieza con dos inconvenientes de peso: el primero, que por ley de vida quedan cada vez menos personas con el verdadero recuerdo de aquellos años. De ahí que se quiera sustituir esa suma cada vez menor de recuerdos individuales por una memoria histórica dictada como sustituto inútil y peligroso. Porque el segundo riesgo de la ley es que sirva no de equilibrio en busca de la verdad sino de revancha. ¿Hará falta recordar la última película de Almodóvar para ver hasta donde pueden llegar las manipulaciones?

La Transición intentó convertir en indeseable, por arriesgado, el paso que se quiere dar ahora. De ahí que se tache al periodo constitucionalista de infame. Veremos hasta dónde llegamos por ese camino, y con qué compañeros de viaje. Pero viene a cuenta la reflexión de un lector del artículo que, con el título de “La memoria heredada de la guerra”, ha publicado José Jurado Morales, profesor de Literatura de la universidad de Cádiz, en el diario ‘El País’. El comentarista de la columna distingue muy bien entre la memoria y la tradición oral que se transmite en el seno familiar para concluir con una reflexión personal interesante. Dice así: “Lo cierto es que, si los vencedores merecieron perder, los perdedores no merecieron ganar”. Memoria, no será pero argumento a considerar, lo es y mucho.

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