Salir de copas por la noche es una realidad sociológica, de dudoso impacto económico. Lo que se conoce de forma genérica como ocio nocturno, es una actividad de escasa aportación de valor añadido como sector económico; abrir una botella de cola y servirla con ron, constituye un hecho económico básico que solamente incorpora el valor del trabajo de quien lo hace que seguramente será un camarero mal pagado y probablemente tendrá una fiscalidad de escaso control y todo esto en el mejor de los casos, porque lo que vemos a menudo son filas de jóvenes portando bolsas de plástico llenas de bebidas de alta graduación cuya actividad no constituye ningún hecho económico relevante.

Esta realidad económica convive con problemas de convivencia. La libertad que uno tiene, termina cuando empieza la libertad de los demás y es evidente que los que profesan el hedonismo nocturno, no han de molestar a los demás ciudadanos con gritos, grandes aglomeraciones, peleas, etc. sin la más mínima consideración. Deberá ser la industria del ocio nocturno la que sea capaz de generar una oferta de servicios atractiva y competitiva para dar respuesta adecuada y organizada a las necesidades de ocio de la población, particularmente de los jóvenes.

Por el momento lo que tenemos son altos costes para la administración pública, principalmente la local que se ve abocada a soportar los costes de mantener la ciudad limpia, segura, iluminada, con protección antivandálica de los espacios públicos y un largo etc. Habría que cuantificar cuanto cuesta mantener las ciudades en condiciones, para darnos cuenta de que se trata de un despilfarro económico, un verdadero despropósito para los ciudadanos que tienen que pagar sus impuestos.

Desde el punto de vista medioambiental, solamente tenemos que dar un paseo por las zonas de la fiesta para comprobar la gran cantidad de basuras, especialmente plásticos que la actividad nocturna genera, así como también podemos ver con asiduidad destrozos de mobiliario urbano, las consecuencias de meadas y defecaciones incluso en lugares céntricos de nuestras ciudades, para comprobar el coste social de esta actividad.

Finalmente, la nocturnidad crea el ámbito propicio para el consumo de todo tipo de estupefacientes, con la que una delincuencia organizada acecha a nuestros jóvenes. Haríamos bien como sociedad hacérnoslo ver, por que suena a sociedad enferma y eso no es bueno.

*Economista