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Joaquín Rábago.

360 grados

Joaquín Rábago

Zuckerberg y su prometida “arma de distracción masiva”

Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, nos promete ahora una realidad paralela con la que mejor controlarnos y seguir comerciando con todos nuestros datos, que tan alegre como inconscientemente le proporcionamos.

Se trata, según se nos ha informado, de una realidad virtual interactiva en la que, mediante lentes especiales y sensores que detectarán nuestras facciones y nuestros movimientos faciales, podremos sumergirnos y relacionarnos con otros a través de un avatar.

Ya hubo un intento de algo parecido, no demasiado exitoso por cierto, con aquella comunidad virtual lanzada en 2003 con el nombre de Second Life (Segunda Vida), a la que podía accederse también gratuitamente a través de internet.

E incluso tuvo su equivalente cinematográfico en la tetralogía de películas de ciencia ficción conocidas como Matrix, que hablaba de un futuro distópico en el que los seres humanos tienen sus mentes conectadas a una realidad virtual homónima.

Zuckerberg ha decidido destinar en principio 50 millones de dólares a lo que podríamos calificar sin ironía de “arma de distracción masiva”.

Metaverso se llama el nuevo invento, nombre que su creador ha tomado prestado de la novela de ciencia ficción Snowcrash, de Neal Stephenson publicada en los años noventa.

Como es bien sabido, gracias al enorme caudal de datos de los ciudadanos que ha conseguido gratuitamente, Facebook no solo vende productos y servicios, sino que al mismo tiempo influye no solo en sus gustos y aficiones, sino también en su modo de pensar, en su percepción del mundo circundante.

"Se nos ofrece así un planeta alternativo, una especie de paraíso artificial al que poder huir cuando la realidad cotidiana se nos haga demasiado insoportable"

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Con su nuevo invento, Zuckerberg trata sin duda de aprovechar la enfermiza afición de buena parte de la juventud a los videojuegos tipo Fortnite, otra gran arma de distracción masiva.

Zuckerberg habla de Metaverso como una prolongación de internet, que no solo nos permitirá acceder a los contenidos sino, por así decir, incorporarlos y sumergirnos en ellos.

Se nos ofrece así un planeta alternativo, una especie de paraíso artificial al que poder huir cuando la realidad cotidiana se nos haga demasiado insoportable.

¿No deberían en cambio los poderes públicos cambiar radicalmente esa realidad para hacerla más respirable para todos y permitirnos vivir en un espacio público democráticamente compartido?

¿No deberían regular de una vez por todas Facebook en lugar de permitir que ese gigante tecnológico y su fundador se lucren hasta extremos indecentes explotando su posición monopolística, censurando a quien le da la gana y comerciando con la desinformación, la manipulación política, el racismo, la homofobia y el odio de todo tipo que circula por las redes?

¿O no es precisamente lo que algunos de esos poderes buscan: mantenernos a todos suspendidos en el líquido amniótico de una realidad paralela mientras hacen y deshacen a su antojo, crece la desigualdad y continúa la explotación inmisericorde y destrucción del planeta?

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