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Joaquín Rábago.

¿Debe prepararse el mundo para el retorno al poder de un ególatra enloquecido?

El Partido Republicano de Estados Unidos no parece capaz de salirse de la sombra de Donald Trump y muchos tiemblan ya ante la posibilidad de que un ególatra enloquecido y vengativo como él pueda presentarse a las próximas elecciones y ganarlas.

Lo que cuentan los conocidos periodistas Bob Woodward y Robert Costa en el libro que han escrito bajo el título de “Peligro” no puede ser en efecto más preocupante.

Con motivo de su traducción al alemán, el veterano Woodward y el mucho más joven Costa han concedido una entrevista conjunta al semanario ‘Der Spiegel’ en la que revelan datos que arrojan graves dudas sobre la salud mental de Trump.

Así cuentan una conversación entre la presidenta demócrata de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, y el general Mark Milley, jefe del Estado Mayor Conjunto, en la que aquella le expresa al jefe militar su convicción de que Trump está loco, a lo que Miller asiente con estas palabras: “Estoy totalmente de acuerdo”.

Tras esa conversación, Millley convocó en efecto a los oficiales de guardia en la llamada “War Room” (‘Sala de Guerra’) de la Casa Blanca para dejarles claro que si llegase del presidente una orden para iniciar una acción militar, incluido un eventual ataque nuclear, no debía hacerse nada sin estar él (Milley) allí presente.

Esa decisión, tendente a evitar una catástrofe por un acto de locura del entonces presidente, le valió al general duros ataques de los republicanos, algunos de los cuales le acusaron incluso de traición.

Antes de las últimas presidenciales, cuentan los periodistas, Milley llamó a su colega chino, el general Li, a quien conocía personalmente, para darle seguridades de que EE UU no atacaría a su país, como parecía temer Pekín en aquel momento.

El general norteamericano volvió a llamar a Li en una segunda ocasión, después de que una turba enloquecida, siguiendo ciegamente a Trump, asaltase el pasado 6 de enero el Capitolio de Washington.

Miller se había visto expuesto en otra ocasión anterior a la ira del presidente: fue cuando este intentó que el Ejército reprimiera las protestas populares por la muerte por asfixia del afroamericano George Floyd, algo a lo que se negaron tanto el militar como el jefe del Pentágono, Mark Esper.

Cuentan también en su libro Woodward y Costa que un abogado conservador llamado John Eastman redactó un memorándum de dos páginas que muchos interpretan como una clara invitación a un golpe de Estado.

"Trump no ha anunciado aún su intención de presentarse a las próximas elecciones, pero hay muchas probabilidades de que vuelva a intentarlo si no lo impide la justicia"

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En ese escrito, Eastman explica cómo el vicepresidente Mike Pence podría aprovechar su condición de presidente del Senado para declarar nulo el triunfo electoral del demócrata Joe Biden, guion que Trump intentó seguir al pie de la letra, solo que su segundo no se atrevió finalmente a dar ese paso.

Trump no ha anunciado aún su intención de presentarse a las próximas elecciones, pero hay muchas probabilidades de que vuelva a intentarlo si no lo impide la justicia, que investiga al expresidente y a la organización que lleva su nombre por diversas causas como la de fraude fiscal e intento de fraude electoral.

Los republicanos tendrían más de una razón para dejar atrás la etapa de Donald Trump y presentarse a la próxima carrera presidencial con algún otro candidato tan derechista como él –por ejemplo, el senador texano Ted Cruz o el gobernador de Florida, Ron de Santis–, pero nadie de momento se atreve a ponerle el cascabel al gato.

En cualquier caso, el presidente Joe Biden se lo están poniendo fácil a los republicanos, y si hace unos meses hay quien hablaba de él como un nuevo Franklin Delano Roosevelt después de que aquél anunciara un ambicioso programa de reformas sociales, educativa y de infraestructuras, hoy Biden parece incapaz de convencer y mantener unidos incluso a los suyos.

Dos senadores demócratas, Krysten Sinema y Joe Manchin, han torpedeado su programa social, reduciendo su importe a la mitad –de 3.500 a 1.750 millones de dólares–, lo que da al traste con muchas de sus grandes promesas electorales como la de educación universitaria gratuita para los jóvenes y le enfrenta al sector más progresista.

La derrota demócrata en las recientes elecciones de Virginia en las que el gobernador de ese partido, Terry McAuliffe, perdió claramente frente al republicano Glenn Youngkin parece premonitoria.

Los republicanos no habían conseguido la gobernación de ese estado desde hacía doce años, y en las presidenciales del año pasado, Biden incluso ganó allí con una ventaja de más de diez puntos sobre Trump. ¿Es solo la continuación de una cuesta abajo que comenzó con la salida caótica de Afganistán?

A todo lo cual hay que sumar la reforma de las leyes electorales en diecinueve Estados de la Unión para dificultar el voto de las minorías y los proyectos de ley en curso para que los parlamentos puedan nombrar por mayoría simple a los compromisarios que serán quienes decidan la presidencia aunque sea en contra de la voluntad popular expresada en las urnas.

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