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Xoel Ben Ramos

Ambición

En 1970 el senador estadounidense Gaylord Nelson logró reunir en San Francisco a miles de personas en torno a una celebración curiosa, el Día de la Tierra. Una jornada que movilizó a miles de universidades, escuelas y organizaciones de toda Norteamérica para advertir del deterioro del medio ambiente provocado por la actividad humana. Ese día salieron a la calle más de veinte millones de personas en todo el país. Aquella efeméride abría las puertas a los movimientos ecologistas, los partidos verdes y, lo más importante, lograba incluir en la agenda política la preocupación por preservar el planeta.

El Sr. Nelson que como buen político sabía detectar tendencias no dudó en aprovechar la sensibilización por la guerra para canalizar el descontento de la población e ir más allá del “Haz el amor y no la guerra”. Tuvo la osadía de quejarse de unos problemas de los que muy poca gente hablaba: contaminación, deforestación, agujero en la capa de ozono y lo hizo en el primer país del mundo, en la cuna de las grandes petroleras como Exxon o Chevron. Le sobraba ambición, por eso, después de prender la mecha, vinieron los fuegos artificiales. Porque de aquellos años data también la creación del programa sobre el medio ambiente de la ONU, el primer plan de acción ambiental de la Comisión Europea o la fundación de Greenpeace (1971) y de nuestra Adega (1974). Aquellas incipientes propuestas –hoy consolidadas– nos hacen herederos de una conciencia crítica hacia cierto tipo de industrialización desbocada, una preocupación real por nuestro entorno y una larga lista de victorias verdes. También es cierto, en el tránsito, las pasamos muy negras. Y es literal: playas negras, ciudades turbias y bosques completamente carbonizados.

“En 1970, el primer Día de la Tierra lograba incluir en la agenda política la preocupación por preservar el planeta”

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En la COP26 ayer arreciaban las críticas al borrador del acuerdo final que hizo público la presidencia de la cumbre y que los líderes de los países participantes deberán firmar –si están conformes– el viernes. Es cierto que ese documento es bastante flojo, porque se vuelve a dilatar el cumplimiento de los compromisos del Acuerdo de París (2015) y lo mismo parece que ocurrirá con los cien mil millones para la financiación climática, además de otros flecos todavía poco claros. Es como si estuviera escuchando a Greta: mucho “bla, bla, bla”. Sin embargo, la cumbre sigue avanzando en sus metas como la de acabar con los coches de combustión para 2035. Esta misma noticia, cuando nos la anunciaba Teresa Ribera hace tres años nos parecía una locura. ¿Será que nos falta ambición?

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