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Joaquín Rábago.

360 grados

Joaquín Rábago

El espejismo del coche eléctrico

Se nos trata de vender el coche eléctrico como el milagro tecnológico que nos ayudará a luchar con eficacia contra el cambio climático, pero se trata de una falsa ilusión, de un espejismo.

La simple fabricación de un vehículo dotado de motor eléctrico es responsable de la emisión de unas doce toneladas más de CO2 que la de un coche con motor de combustión interna, de las que siete corresponden solo a la batería.

Y si un automóvil mediano con motor de gasolina genera una tonelada de CO2 en un recorrido de 7.000 kilómetros, su equivalente con motor eléctrico ha lanzado ya a la atmósfera, antes de ponerse en marcha, más gases de efecto invernadero de los que generaría el primero en 80.000 kilómetros.

La fabricación de un coche eléctrico consume más energía y emite más CO2 que un hogar medio de cualquier país centroeuropeo en un período de diez años.

La producción de millones de automóviles eléctricos, subvencionada por cierto por los gobiernos con miles de millones de euros, expulsará a la atmósfera decenas de millones de toneladas de CO2

¿Tiene algo que ver eso con la lucha contra el cambio climático?, se pregunta el ingeniero y sociólogo alemán Jürgen Tallin, cofundador de la asociación ciudadana “Nuevo Foro”, de Leipzig (1).

¿Cómo va a contribuir a resolver ese problema un vehículo cuya fabricación lleva ya aparejada una pesada “mochila” de CO2 y que va a recorrer luego durante años miles de kilómetros gracias a la electricidad generada en parte gracias al carbón o al hidrógeno a partir del gas natural?

Se equivocan o directamente nos engañan quienes aseguran que las energías renovables van a permitirnos prevenir la catástrofe sin tener que cambiar de modo de vida y de pautas de consumo.

La simple descarbonización y electrificación de las estructuras actuales no será en ningún caso suficiente. Y ello, sin tener en cuenta que no habrá energías alternativas en cantidad suficiente para cubrir todas nuestras necesidades.

Nos engañan quienes aseguran que las energías renovables van a permitirnos prevenir la catástrofe sin tener que cambiar de modo de vida

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Será preciso, por el contrario, reducir drásticamente el consumo de energía y de materias primas tanto en la industria como en la vida cotidiana, algo a lo que parece que muchos no están dispuestos.

En lugar de continuar como hasta ahora dependiendo del coche particular para la mayoría de nuestros desplazamientos, habrá que fomentar el transporte público tanto en las ciudades como en las cada vez más abandonadas zonas rurales.

No tiene tampoco sentido que, por culpa, entre otras cosas, de la carestía de la vivienda en el centro de las grandes ciudades, millones de personas se vean obligados a vivir a kilómetros de distancia de donde desarrollan su actividad y tengan que coger diariamente el coche para ir al trabajo.

Hay que escuchar advertencias dramáticas como las del secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, sobre la imperiosa necesidad de reducir las emisiones globales de CO2, de la que el mundo rico es el principal responsable.

De no cambiar de comportamiento, de seguir como hasta ahora, en lugar de alcanzar esas emisiones una reducción del 45 por ciento para el año 2030, podrían crecer en más de un 30 por ciento. Se lo debemos a las próximas generaciones.

(1) En la revista mensual “Blätter für deutsche und internationale Politik”

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