Opinión | Crónica Política
La tormenta
Es más que posible que, en términos económicos y sociales, la tormenta que viene –o que ya ha comenzado– produzca en la ciudadanía aún más inquietud que las especulaciones que, sin ir más lejos desde Austria, se refieren a un gran y generalizado “apagón”. Ese plus de temor se deriva de la falta de información veraz, y en apariencia de remedios eficaces, al disparado precio del combustible, electricidad y artículos de primera necesidad y a los llamamientos, como casi siempre difusos, que las autoridades hacen para que todos se aprieten el cinturón.
(Conste que en lo de ceñirse las calzas, unos cuantos de los cargos electos –como demostraba una información de FARO DE VIGO sobre el alza de los costes de los políticos locales– actúan como si la cosa no fuera con ellos mientras la población ya dio pruebas de que sabe cómo afrontar las dificultades. Ocurre que ahora, como antes hiciera Zapatero, que negó la existencia de la crisis de 2008/2012, quienes deberían haber prevenido, y aplicado las decisiones necesarias para afrontar el riesgo, tan solo formulan grandilocuentes declaraciones acerca de lo coyunturales que son los problemas, y los datos apuntan en otra dirección.)
Sucede, con todo eso, que las prédicas de la coalición PSOE/Podemos ya no se las cree casi nadie y que todo lo demás depende de la voluntad de terceros, sean grandes empresas o Estados proveedores de petróleo o gas. Lo que conduce a España y los españoles a una dependencia absoluta de para satisfacer necesidades básicas, lo que se agrava aún más con la aplicación certera de que el dinero no tiene patria y por tanto va a lo suyo, que es sacar el máximo a quien pueda: ricos, pobres o mediopensionistas. Por eso las crisis dañan a los segundos, favorece a los primeros y deja como están a los terceros.
Un panorama como el de estos Reinos solo puede afrontarse con un Gobierno sólido, con una credibilidad plena y una respetabilidad por parte de sus socios y o aliados que tranquilice al más nervioso. Y de eso hay poco ahora mismo, le guste o no leerlo a los que opinen lo contrario: por no fiarse ya no se fía ni Bruselas de los cálculos de quienes amañan no solo los números sino las palabras y hasta las imágenes para, al final y tras muchas vueltas, dejar a una ministra y/o un ministro como el gallo de Morón: sin plumas, pero cacareando. Y, peor aún, bajo desconfianza.
Es por eso por lo que el presidente Feijóo ha insistido en su preocupación por la justicia en el reparto de los fondos Next Generation y en los de la futura financiación autonómica. Recelo que comparten otros siete responsables de comunidades autónomas que iban a reunirse con don Alberto Núñez estos días en Santiago, pero a varios –del PSOE– los frenó un toque de corneta de Moncloa y/o de Ferraz. Lo malo es que las tormentas llegan cuando llegan y no se pueden evitar: la prudencia aconseja como mejor remedio prevenir a tiempo y con acierto sus consecuencias. Pero de eso, de previsión eficaz, este país anda flojo, muy flojo. Y esta vez –seguramente– no podrá aplicarse como recurso lo de “Dios proveerá”.
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