Opinión
Xoel Ben Ramos*
¿Hablamos de la COP26?
La COP26 es la vigésimo sexta edición de la cumbre anual sobre cambio climático que promueven las Naciones Unidas desde 1995 y que este año se celebra en Glasgow. En todos estos años las COP han dado lugar al Protocolo de Kioto (1997), que estableció por vez primera los términos para limitar y reducir los gases de efecto invernadero (GEI), al Acuerdo de Copenhague (2009), donde se planteó la creación de un fondo millonario para sufragar la transición hacia una economía menos dependiente de los combustibles fósiles, y al Acuerdo de París (2015), que consiguió el compromiso de 197 países en una meta esperanzadora: restringir el aumento de la temperatura promedio global por debajo de los 2 grados centígrados y esforzarse por mantenerla en 1,5º en comparación con los niveles preindustriales. Si esto son las luces, también hubo sombras: Estados Unidos, por ejemplo, no respaldaron el protocolo durante la etapa de George W. Bush y se desmarcó de París con Trump. El programa “REDD” fraguado en Copenhague se paralizó por la falta de fondos. Y aún hoy, Australia, Brasil, México, China o Rusia siguen emitiendo la misma cantidad de GEI cuando el propósito de París era rebajarla progresivamente.
Precisamente, porque el momento parece desalentador, esta conferencia es imprescindible y que en ella se reúnan más 25.000 delegados entre jefes de estado, diplomáticos, activistas... representando a 197 países y más de 250 instituciones regionales, civiles y empresas, nos da idea de la magnitud del evento y una cierta esperanza. ¿Y qué se va a tratar? La agenda se puede resumir en cuatro puntos: Emisiones “cero neto” para 2050; Adaptación y mitigación del cambio climático; Financiación de la transformación económica en los países menos desarrollados y Transición ecológica de la economía.
La reducción de emisiones sigue la estela de lo pactado en Kioto. De hecho, “Cero Neto” significa que la cantidad de GEI emitidos por los países no sea superior a los que pueda eliminar la atmósfera de manera natural (los bosques). Si bien este equilibrio pasa por la reducción drástica de las emisiones de gases efecto invernadero puesto que los sumideros naturales tienen sus límites. Además se hablará mucho de las tecnologías de captura de carbono, que almacenan este gas evitando que se libere al exterior.
La “Adaptación y mitigación del cambio climático” tiene a ver con los eventos climáticos extremos que se manifiestan por el calentamiento global. El deshielo del Ártico y los glaciares, los huracanes y las olas de calor extremo serán cada vez peores conforme suba el termómetro planetario. Lo mismo ocurrirá con el nivel del mar, inundando más superficies de cultivo y forzando el desplazamiento de miles de personas. De ahí la importancia de apoyar a quienes notan más estos impactos porque habrán de adaptarse al aumento de la desertificación y la pérdida de biodiversidad y terrenos fértiles. Y obviamente, las grandes potencias deben actuar: abandonar los combustibles fósiles, implementar cambios en sectores clave como el energético (se aprecia cada día en el mercado eléctrico), el transporte, los recursos naturales o las infraestructuras; empeño también de la industria alineando sus objetivos mercantiles para no superar el 1,5ºC , mirando hacia el “Cero Neto” en 2050.
Ligado a este propósito la “Financiación de la transformación económica” es la respuesta occidental para ayudar a los países más pobres en sus retos climáticos. De ahí el interés de la COP26 en afianzar el fondo de 100.000 millones de dólares anuales (87.000 mill. de euros). Todo indica que se acabará concretando, visto el espaldarazo del G-20 a dicha propuesta –este pasado domingo en Roma– al incluirla en su comunicado final. Un dinero para transformar economías basadas en combustibles fósiles a renovables y mitigar la crisis climática. Sin ir más lejos estos días el Departamento de Defensa estadounidense alertaba del alcance de estos fenómenos meteorológicos en los países menos desarrollados: migraciones, conflictos fronterizos, revueltas... Resumiendo, el panorama geoestratégico empeorará conforme lo haga el clima.
Por último, la “Transición ecológica de la economía” pone el foco en gobiernos y personas. Desde la electrificación del parque automovilístico y la manera de desplazarse hasta cómo se alimenta la sociedad y se construye el entorno. También las empresas, que pueden promover proyectos sostenibles evitando, por ejemplo, aquellos con base en combustibles fósiles. Compromiso que ya adquirió el G-20 para detener la financiación de las centrales de carbón, al menos, en terceros países.
La crisis climática congrega el consenso de la comunidad científica y ahora mismo se encuentra en la agenda de los principales líderes mundiales y organizaciones internacionales. Pero, ¿es algo que preocupa? Debería porque muchos cambios no serán reversibles y hay que actuar ahora. El planeta necesita un respiro.
*Asesor en Finanzas Sostenibles
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