Opinión | Crónica Política
Las viñetas
Lo peor, probablemente, de las viñetas –sobre las que acaba de informar este periódico– que estudia el Gobierno y cuyo pago sería obligatorio para quienes quieran recorrer autopistas y autovías, es que supone una modalidad de impuesto tan injusto como el IVA. O más aún, ya que no solo penalizaría por igual a todos los usuarios, sino incluso a los que vayan a circular y que habrán de pagar antes de hacerlo. Aparte, por supuesto, de que volverán los peajes a las autopistas que ya no lo tengan si es que la viñeta se aprueba por fin. Con todo, es muy poco probable que, de hacerlo, se aplique ya en 2023, o al menos antes de las elecciones, y por razones obvias de desgaste ante una medida que la expliquen como la expliquen, y si no se matiza mucho, además de injusta será impopular, lo que la hace especialmente peligrosa en las cercanías de una convocatoria a las urnas. Sobre todo, desde que el presidente y sus ministros han decidido imitar a Zapatero –la sintonía entre ambos no se limita a compartir vacaciones en fincas de lujo regaladas al rey emérito cuando aún no lo era por el monarca jordano y después entregada al Estado, sino también electoralismos poco vistos antes, y eso que los hubo, y de todos los tipos– al menos en las dimensiones en que los aplica ahora don Pedro. Sus cheques-vivienda (250 euros) para los próximos dos años –hasta el 2023, en que tocan elecciones- y los talones-cultura (400) para los que cumplan cuando entren en vigor los 18 años, con lo que podrán votar en aquel momento– denotan, entre otras cosas, y aparte los pocos escrúpulos al menos estéticos, una ratificación evidente de que a Moncloa le importan un rábano las apariencias, aunque no las encuestas. Y también que ha empezado ya la precampaña con horizonte amplio, previendo incluso tener que adelantarlas. Y margen para maquillar la evidencia de sus jugadas a través de los abundantes medios de que dispone y a los que recompensa tanto o mejor que sus antecesores.
Retomando lo de las viñetas, e insistiendo en que podría tratarse de un globo sonda para analizar las reacciones del público, dejaría, de aprobarse, aún más clara la situación casi desesperada de las finanzas públicas españolas, a pesar de la lluvia de millones prometida por la UE. Aunque tendría un inconveniente, además de su impopularidad: demostraría, sobre todo a la gente del común, que toda esa monserga del “sistema más social de la UE” con el que se adornan los coros monclovitas es poco más que un farol: los impuestos que realmente suben no son los que hacen daño a “los ricos”, sino a las economías de la clase media. Segmento en el cual, guste o no a los sindicatos, se engloba un numeroso porcentaje de lo que antes se llamaba, con intención selectiva, “los trabajadores”.
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