Opinión | LA ACERA VOLADA
Aquel cura de la tele
La televisión por dentro es muy orgánica y no hablo del aparato que tenemos en casa, antes un monstruo analógico conformado por un tubo de rayos catódicos y ahora un equipo ultra plano de tecnología led, sino de todo lo que se cuece intramuros en el empeño de sacar adelante algo que se pueda ver y oír.

Aquel cura de la tele / Xaime Fandiño
Si bien la operativa de la producción televisiva discurre generalmente de forma protocolaria y ordenada como corresponde al manejo de unos equipos técnicos y humanos complejos, numerosos y con funciones muy diversas, a veces, bien porque se instala el descontrol y el desmadre provocando que las cosas sucedan mal y en el peor orden posible, o simplemente porque estamos inspirados y nos desborda la creatividad, se dan situaciones singulares e inéditas. Por ello, hoy me vienen a la cabeza recuerdos que tienen que ver con una etapa de mi vida, los principios de la TVG, en la que casi cada día descubría algo nuevo.
Tuve la gran suerte, con otros pocos compañeros, de participar en la creación de nuestra querida emisora autonómica en sus comienzos, cuando los estudios de San Marcos aún no estaban totalmente finalizados y en Madrid unos japoneses nos enseñaban como se calibraban las cámaras que irían a parar a nuestros platós.
Detrás de muchos programas surgían cosas inauditas. La mayoría de ellas de consumo interno. Recuerdo aquella primera retransmisión de la Semana Santa en Ferrol que estuvo pasada por agua y la unidad móvil sufrió en su conexionado las inclemencias metereológicas. Todo el cableado se cortocicuitaba provocando falsos contactos y por ello el funcionamiento extraño de algunos equipos. A pesar de la fuerte lluvia que cayó durante toda la jornada la procesión de la tarde decidió salir, no sé si fue porque era la primera vez que la televisión retransmitía en directo este evento religioso, pero recuerdo que tanto los pasos, los nazarenos con su capirote, como las propias imágenes estaban empapados.
El operativo de la televisión estaba dotado por todas las unidades técnicas de rigor, además de un puesto de comentaristas que, ubicado en la cabina de la propia unidad móvil, se encargaba de la locución en directo del evento a través de las voces del padre Isorna y Xosé Ramón Gayoso.
Los efectos de la humedad sobre toda la ingeniería provocaron un desastre que entró en el corazón de varios equipos y, a pesar de que los técnicos intentaron abordar in situ y contra reloj las diversas averías que fueron apareciendo a lo largo de la jornada y dando solución a las más comprometidas para asegurar la emisión, no dio tiempo a hacer funcionar correctamente la conmutación de la señal de órdenes que, desde el puesto de realización, iba hacia los auriculares de los cámaras y comentaristas. Lo que se denomina técnicamente la “intercom”, de modo que, a la vez que los locutores hacían los comentarios de la procesión con el recogimiento que esto precisa a través de frases como: “o manto da virxe está bordado con fío de ouro realizado no convento das irmás..,“ tanto el padre Isorna como Gayoso, escuchaban simultáneamente y sin interrupción por el circuito de órdenes, que no se podía despinchar, la voz enloquecida de aquel realizador mayor a los ojos de los neonatos televisivos que dentro de la unidad móvil operábamos los equipos técnicos.
Mariano, que así se llamaba el responsable del operativo, se jactaba de ser la referencia inspiradora de la que bebió Forges para crear el personaje del mismo nombre cuando años atrás los dos trabajaban codo con codo como operadores de producción en un control de realización de la TVE. El hombre estaba encendido y soltaba todo tipo expresiones poco recomendables para la ocasión. Improperios del tipo “dame un plano del atleta”, para referirse a la imagen religiosa que iba sobre el paso era lo más suave que escuchaban constantemente impertérritos tanto Gayoso como el padre Isorna que, en su recogimiento, seguían narrando la procesión con la solemnidad que caracteriza a este tipo de eventos. Era como si todo aquel caos sonoro exógeno que escuchaban no fuera con ellos. Al finalizar la retransmisión sentí la necesidad de acercarme a hablar con los comentaristas. Gayoso, por detrás de Isorna, con una sonrisa cómplice me hizo un gesto que resumía la situación. Temeroso me dirigí al sacerdote y cuando le pregunté sobre la retransmisión, con el talante sereno y conciliador que le caracterizaba y sin alterarse para nada, el padre Isorna me dijo: “se oían voces”. De vez en cuando recuerdo con Gayoso el evento y nos echamos unas risas.
El padre Isorna no sólo cubría este tipo de retransmisiones religiosas sino que también era el encargado de oficiar la Santa Misa en todas las fiestas de guardar desde el plató 300. Los domingos a las diez de la mañana la emisora solía estar en cuadro y poner andar el plató no era fácil. Por lo pronto a aquella hora solía hacer frío en el set donde generalmente quedaba montada la escenografía religiosa desde el día anterior. Alguna vez he visto en la emisión en directo al monaguillo ayudando al oficio con el roquete colocado por encima de la gabardina, cuando no al mismo, u otro monaguillo, sufriendo un desmayo en directo.
La misa de los domingos que se hacía desde San Marcos desde el punto de vista religioso, gracias a la tenacidad, el buen talante y el positivismo del padre Isorna llevaba asociados todos los parámetros de representación religiosa para cumplir precepto, pero allí dentro, desde el punto de vista estético en lo referente a la parte creativa, era una asignatura “maría”. El espacio iba pasando de mano en mano, de modo que cada realizador que lo pillaba hacía su propia misa.
Recuerdo un domingo que estaba en casa leyendo los periódicos con la TVG sintonizada de fondo. En determinado momento comenzó la Santa Misa y rápidamente me percaté de que algo no debía ir demasiado bien, porque apareció en imagen un plano extraño y mal compuesto en el que se podía ver al padre Isorna en una esquina del plató y a media luz tratando de meterse dentro de la casulla. A continuación, en otra toma amplia con una acordeonista en primer término, el coro comenzó a cantar una versión religiosa del Canto a la Libertad del Nabucco de Verdi y todo volvió a fluir sin problema. Continuo leyendo la prensa y, al finalizar la canción, escucho la voz del padre Isorna leyendo una epístola. A mi, que después de tantos años en los Salesianos obligado a asistir a misa diaria conozco bien ese oficio religioso, me pareció extraño que el sacerdote comenzara directamente con la epístola. El caso es que en medio de la lectura, el padre Isorna se detuvo y mirando al horizonte profirió: “esta é a proba do micro do altar”. Quedé anonadado. Estaba en mi casa asistiendo en vivo y en directo al preparativo técnico. Me imagino que en aquel momento debía de haber mucho revuelo en el estudio. Aquello se les estaba yendo de las manos porque el padre Isorna circulaba fuera de cualquier protocolo televisivo. Con la misma se acercó al atril y procedió a la lectura del Santo Evangelio. En la mitad se detuvo y pronunció de nuevo la frase lapidaria: “esta é a proba do micro do atril”. Se ve que el realizador estaba desbordado y no menos el regidor que intentaba comunicar al sacerdote que estaban en el aire. Después de muchas miradas perdidas hacia diversas áreas del estudio, el padre Isorna remangó uno de los puños bordados del alba para consultar la hora, miró al frente, fuera de cámara, seguramente hacia el regidor y comenzó simultáneamente a tocar el reloj y a agitar su dedo índice diciendo gestualmente que no era todavía la hora de empezar. Todo quedó un momento en suspenso. Yo en casa estaba como si de una película de ficción se tratara y no supiera el desenlace, pero de repente, como si nada, con la mayor naturalidad del mundo, el padre Isorna comenzó a santiguarse y dio comienzo al oficio con las palabras de rigor: “No nome do Pai e do Fillo e do Espírito Santo”.
La endo-televisión esta repleta de momentos apasionantes de modo que cualquier espacio, por poco atractivo que parezca a simple vista, puede dar de sí muchísimo más de lo que nos imaginamos. Así que es el momento de comenzar a ver de otro modo la televisión, porque cualquier evento tiene su aquel si se observa más allá y desde una óptica diferente. Aquella misa de antaño en la gallega era algo de lo más innovador. Tele-realidad en directo. El formato aún no estaba inventado y la gente no tenía todavía capacidad para apreciarlo.
Al padre Isorna, in memoriam.
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