Opinión | El trasluz
Platero y yo
Si España entera fuese un volcán en erupción, la lava abrasadora estaría compuesta por las palabras de las tertulias de la radio o la tele, por las palabras gritadas frente a las barras de los bares, vociferadas en los vagones del AVE, lanzadas como piedras en el Congreso de los Diputados, disparadas contra el Gobierno cada 12 de octubre. Todo ese conjunto de palabras al rojo vivo desciende por las laderas de la patria incendiando a su paso las cabezas de los contribuyentes. Igual que la colada del Cumbre Vieja, las oraciones gramaticales ofensivas se ensanchan y forman lenguas a medida que progresan hacia sus destinatarios. Le dan a uno ganas de encerrarse en su torre de marfil.
¡Qué gran invento!, la torre de marfil de los poetas.
Esto es lo que pienso cuando veo por la tele las imágenes terribles de La Palma que provocan quemaduras de primer grado en las haciendas y en los corazones de las personas. Esa furia que procede del interior de la tierra se parece a la que se origina en las capas más profundas del inconsciente colectivo. Se duerme uno escuchando los rugidos de las tertulias radiofónicas y se despierta con los movimientos sísmicos provocados por los Papeles de Pandora. Cada día, aparece en ellos un prohombre (el último, Xavier García Albiol, alcalde de Badalona).
Nos sobran razones para tenernos piedad. La autocompasión no está bien vista por la literatura de autoayuda, pero abre uno el periódico, se entera de los contactos habidos entre María Dolores de Cospedal y Villarejo, y se da un poco de lástima a sí mismo. A sí mismo y cuantos le rodean, apiñados y con mascarilla, en este autobús en el que viaja España. A toda España le ha dado por tomar hoy esta línea que conduce a la periferia de la ciudad y a la de nosotros mismos. No ve uno el momento de bajarse del autobús, no ve uno el momento de recoger sus enseres psíquicos, sus emociones, sus fobias y sus filias, para encerrarse con todos esos objetos inmateriales del alma en una torre de marfil como la de Juan Ramón Jiménez, por poner un ejemplo. ¿Y si nuestro próximo proyecto como sociedad, como el individuo colectivo que somos, fuera escribir Platero y yo? No importa que ya esté escrito: se reescribe. Lo importante es ponerse a cubierto de todas estas palabras al rojo vivo que salen del volcán de los telediarios.
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