Los nuevos gurús son los virólogos. Lo que estos profesionales altamente capacitados dictaminan lo hemos convertido en dogma tras el advenimiento terrible de una pandemia que nos cogió desprevenidos y que pese a su ejército de minúscula apariencia hizo saltar todas las costuras del sistema, hasta dejarlo en cueros. Fallaron los políticos, erraron los augures, fracasaron los economistas y los sociólogos. Solo los virólogos dieron con la receta para derrotar al COVID.
El sistema defensivo común quedó en manos de la forma en que ellos idearon sueros para fortalecer nuestras defensas personales. Pusieron los diques para detener el torrente. Han ocupado el lugar preferente de los pensadores y los intelectuales. Habrá que tener en cuenta con mayor atención sus indicaciones, porque inevitablemente vendrán otros virus a transformar el mundo, que ya no es como era hace apenas un año.
Nuestra principal prioridad es ahora la supervivencia, objetivo al que hemos llegado a sacrificar sin rechistar la sociabilidad, la movilidad, el contacto con los semejantes. El bicho nos ha encerrado en nuevas cárceles, nos ha vuelto más individualistas y ha ensanchado las diferencias sociales, puesto que los trabajadores hacinados y menos cualificados adscritos a sectores esenciales han estado más expuestos al COVID que los que pudieron teletrabajar o mudarse a segundas residencias.
Hemos entregado dócilmente derechos y libertades a mandatarios sin escrúpulos que han aprovechado la situación de emergencia para sobrepasar límites que atentan contra los pilares de la democracia en beneficio de intereses partidistas. La nueva normalidad está plagada de anormalidades. No parece que haya motivos para celebrarlo.
