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Concluyó la errante y errática convención nacional del PP, montada en teoría para lanzar su mensaje de cara a las próximas elecciones. Más que una convención, fue una convección para intentar transferir a su líder el calor del partido, cada vez más disipado entre sus barones autonómicos, desde el sosegado Feijóo a la descarada Díaz Ayuso.

El lema de la convención, “Creemos”, parece emular al “Podemos” (“yes, we can”), que lanzó a Obama a la Casa Blanca. Se supone que un partido como el PP no necesita una convención para afirmar ante los suyos sus creencias políticas, entre otras cosas porque la mayoría de sus simpatizantes tienen la fe del carbonero. La diferencia entre los votantes del PP y los del PSOE (y otros partidos de izquierda), es que en general los primeros siempre votarán al PP, haga lo que haga, mientras que los segundos nunca votarán al PP, pero no es seguro que se acerquen a las urnas si se muestran críticos con los socialistas o con Unidas Podemos. Lo lógico es que, asentadas las creencias, las propuestas versen sobre lo que se va a hacer si se llega al gobierno, pero tiene su razón la leyenda “Creemos” si lo que se programa es una cruzada contra el mal desde unas ideas genéricas que todo el mundo puede compartir, pero que el PP las patrimonializa y se erige en su genuino intérprete. Creemos en España, en su unidad, en un futuro en libertad, en la juventud, en el estado de derecho … todo para negar ese credo al adversario político y señalarlo como enemigo de España. Quizá hubiera sido demasiado evidente copiar el lema de Trump con la leyenda “Spain first”, pero toda la retórica de la convención imita el discurso de Trump, que tan buenos resultados le dio en Madrid a Díaz Ayuso y que no es otro que el del absolutismo nacionalista, tan conocido en la historia de España y en la más reciente de Cataluña: apropiación de principios, valores y símbolos, deslegitimación de los que supuestamente los atacan y victimismo necesitado de un redentor.

"Con Pablo Casado la actividad política del PP se reduce al exorcismo, a intentar extirpar de la Moncloa el mal que encarna el sanchismo"

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La reconquista del poder se reviste una vez más de cruzada patriótica, cuyo fin es la expulsión del infiel y la destrucción de su obra plasmada en leyes sociales, ya se refieran a la interrupción voluntaria del embarazo, a la eutanasia consentida, a la memoria histórica o al alquiler de vivienda. La concordia que se propugna consiste en la aceptación por Pedro Sánchez de las condiciones de rendición.

El PP se ha convertido en objetor de conciencia e insumiso. Sus creencias le impiden aceptar cualquier propuesta que haga el Gobierno y antes de su concreción legislativa ya anuncia su recurso ante su primo de zumosol; en eso ha caído el Tribunal Constitucional.

Con Pablo Casado la actividad política del PP se reduce al exorcismo, a intentar extirpar de la Moncloa el mal que encarna el sanchismo. En cuestiones de fe y de posesiones diabólicas no caben matices ni finura política. Solo la estaca clavada en Pedro Sánchez podrá liberar al país de todo mal y a eso se dedican Pablo Casado, Teodoro Egea, Cuca Gamarra e Isabel Díaz Ayuso; de azote de la oposición a martillo de herejes. Al parecer, el “hasta aquí hemos llegado” que le espetó Casado a Abascal, no fue para retornar a la moderación y a los pactos de Estado, sino para retarle: “ahora, a ver si me sigues”.

La convención tenía que haber concluido con Aznar dirigiendo en la plaza de toros un multitudinario rosario, al estilo del padre Payton, combinando la salmodia de los misterios dolorosos que hoy sufre España, con los gloriosos de cuando él gobernaba y los gozosos de cuando el PP regrese al poder. En el telón de fondo un gran mensaje al pueblo español con copyright de premio Nobel: “¡Vota bien!”

¿Cuándo comprenderán que tanto exabrupto y tanta desmesura tensan el alambre del funambulista mayor del reino? Definitivamente no somos un país, somos un misterio.

*Catedrático emérito de Derecho constitucional

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