Siempre he pensado que el programa de Jordi Évole, pese a su prodigiosa realización y sus numerosos aciertos periodísticos, no funciona muy bien cuando se ocupa de ciertos personajes. A gente como Florentino o Aznar, por ejemplo, no se les puede tratar de desmontar con unos vídeos en la tableta y unos cuantos contrapicados. Tienen demasiados kilómetros como para presentarse en un juicio mediático sobre su persona sin haber conocido previamente el resultado de la sentencia. El entrevistador se topa entonces con un veterano del negocio que puede predecir con facilidad el contenido de la conversación y las posibles acusaciones. Vienen, por tanto, con la lección bien aprendida y, como demostró el expresidente del Gobierno en la comisión parlamentaria sobre la presunta financiación ilegal de su partido, no hace falta tener la razón para superar una prueba de esas características si ésta no presenta demasiadas dificultades.

Siempre he pensado que el programa de Évole no funciona muy bien cuando se ocupa de ciertos personajes

El hecho de que cualquiera de los mencionados aceptara salir en el programa ya sugiere un éxito anticipado: van porque están seguros de que no saldrán mal parados; si tuvieran alguna duda de ello, no irían. Hubo también quienes aprovecharon este espacio televisivo para renacer políticamente y presentar ante la audiencia su candidatura (Pedro Sánchez) o para dar a conocer el estilo torrentero de las cloacas estatales a través de una disparatada trama de espías (Villarejo). De ahí que la presencia de Iván Redondo en “Lo de Évole” el pasado domingo generara tanta expectación. ¿Cómo saldría el enigmático invitado del encuentro? Pues no muy bien, al parecer. A este supuesto genio de la estrategia le atribuyeron tanta influencia en el gobierno que el espectador podría estar esperando a que apareciera en la pantalla un elocuente Maquiavelo. Pero se encontró con un prestidigitador que, recurriendo a un buen número de anglicismos, sacaba piezas de ajedrez de su bolsillo para explicarle a los profanos, en plan pandillero de 'The Wire', cómo funciona realmente el Poder. El descubrimiento del Mediterráneo, vamos. Sabemos también que con Pedro Sánchez, el hombre por el cual se tiraría por un barranco, mantiene una “relación sagrada” y lo han hablado “todo”. Muy bien. Redondo encontró a su Bartlet.

Muchos se quedaron asombrados al observar la involuntaria autoparodia. Se esperaba tanto de él que quiso estar a la altura del papel que le habían otorgado. Pero se pasó de frenada. La entrevista, sin embargo, ilustra muy bien la artificialidad de esos relatos fabricados tan en boga en nuestros televisivos tiempos. A uno se le viene a la mente alguien como Rubalcaba, un leal y discreto número dos, que, además de dirigir la comunicación de su partido y estar al mando de procesos arriesgados (el final de ETA, por ejemplo), asumía la responsabilidad de sus funciones y se expresaba con claridad y con propiedad. A lo largo de su carrera, probablemente sí que le tocó tirarse por unos cuantos barrancos. La diferencia está, claro, en que él no presumía de ello.