Opinión
Llame usted mañana
El peluquero sigue reclamando el nombre y el número de teléfono a sus clientes, mantiene la puerta de la barbería abierta de par en par y recibe de uno en uno, con cita telefónica. Así durante meses, idéntica rutina pese a que a día de hoy la tormenta pandémica parece que amainó y se aproxima la calma que sucede a cada tempestad, pues no llovió aguacero que no escampara.
El peluquero, que dejó de comprar revistas y periódicos a cuenta del bulo de que hojear la prensa favorecía los contagios, parece un funcionario, salvo en el detalle de que cada vez que suena el móvil deja la ocupación, pide disculpas al que ocupa el sillón de barbero, toma amablemente el recado y lo apunta. De inmediato regresa al quehacer y así hasta la próxima llamada.
Los campos de fútbol, llenos; la hostelería, casi repleta; los colegios, adscritos sin problemas a la presencialidad; el transporte, como sardinas en lata… En la mayoría de los sectores comienza a instalarse la normalidad, menos en la Administración pública, donde apenas reciben y cuesta que alguien coja el teléfono. Sabemos del caso de una madre que, angustiada por la fiebre alta de uno de sus hijos, llamó más de sesenta veces sin éxito al centro de salud. Y de un ciudadano que para resolver un trámite administrativo urgente pero de rápida resolución le dieron cita para diez días después de solicitarla. Al conocer el retardo de la fecha se presentó en el servicio correspondiente después de tenérselas con el vigilante y al acceder se topó con dos empleados ociosos que le atendieron después de mucha prédica y enorme desgana.
Este, que era el país burocrático del “vuelva usted mañana”, se ha convertido, con la excusa de la pandemia, en el reino de “repita la llamada”. O llame usted mañana, a ver si tiene más suerte, Monsieur Sans Délai, ¡cuánta razón tenía Fígaro!
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