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Mario Vargas Llosa lleva una semana funesta. Cuando se supo que escondía su dinero en un paraíso fiscal, aún estaba siendo juzgado, y condenado, por el muy democrático tribunal popular de la redes. El nobel no necesita nadie que le defienda; como mucho, sus abogados. Su presunto delito, antes del de evasión fiscal, era esta sentencia: “Votar bien es algo muy importante, porque los países que votan mal, como ha ocurrido con algunos países latinoamericanos, lo pagan caro”. La opinión es controvertida, discutible, pero no deja de ser una opinión. Como también es una opinión la del ministro Félix Bolaños, quien ha asegurado que “la ciudadanía no se equivoca cuando vota”. Que la democracia no es un sistema perfecto ya lo había reconocido hasta Churchill.

María Ramírez escribía hace unos días en “eldiario.es” que la palabra Brexit se había convertido en tabú en el Reino Unido. Contaba que el gobierno, la oposición y hasta los medios de comunicación recurrían a auténticos juegos malabares para no pronunciar el vocablo maldito. Justifican el caos que vive el país como una consecuencia de la crisis mundial de suministros. En ningún caso provocada por el portazo a la Unión Europea. Es más, insisten en que toda Europa atraviesa los mismos problemas.

Ya no se celebra el Brexit. Es muy probable, incluso, que muchos se hayan arrepentido de haberse pronunciado a favor. Tal vez no lo reconozcan, pero sería muy comprensible que más de uno piense que ha votado mal cuando acaba siendo víctima del desabastecimiento, del encarecimiento de los productos básicos, de la falta de mano de obra, de la necesidad de recurrir al ejército para abastecerse de combustible…

La historia está llena de ejemplos en los que, con bastante unanimidad, se conviene en que la voluntad popular manifestada en las urnas se ha demostrado equivocada. ¿Votaron bien los alemanes cuando auparon el nazismo? ¿Votaron bien los países comunistas cuando durante décadas dieron su apoyo –a la búlgara– a sátrapas como Honecker o Ceaucescu? ¿Votaron bien el 99 por ciento de los españoles en los referéndums de Franco? No parece. Tendrían sus razones, estarían forzados por las circunstancias, pero votaron mal.

"Ya no se celebra el Brexit. Es muy probable, incluso, que muchos se hayan arrepentido de haberse pronunciado a favor"

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No hace falta irse tan lejos en el tiempo. El muy alto voto independentista en Cataluña puede llevar a una situación cuando menos parecida a la que hoy padece el Reino Unido. Allí, entusiasmados con la idea del “Britain first”, no se percataron del precio de dar la espalda a Europa. Aquí, arrastrados por la falsa ilusión de un paraíso liberado de las cadenas de España, nadie parece haber pensado en las devastadoras consecuencias que puede acarrear la independencia. No sé si llegaría a tanto como una balcanización, como auguran los más pesimistas, pero sin duda llevaría a un empobrecimiento, que ya se puede apreciar en el éxodo de empresas. Y también a un estado de conflicto permanente, como demuestran los disturbios callejeros (uno de cada nueve actos de violencia política en España se produce en Cataluña).

“Una civilización es una sociedad que no necesita de la violencia para promover cambios políticos”, aseguró Nicolás de Condorcet, gran impulsor de la radical transformación social que trajo consigo la Revolución Francesa. Lo proclamó al ver el devenir que tomaban los acontecimientos, lo que le llevó incluso a oponerse a la ejecución de Luis XVI, por contravenir los principios revolucionarios más puros. La imagen que ofrece hoy Cataluña es la de necesitar de la violencia para llevar a cabo las muy respetables pretensiones políticas.

“Puigdemont, otro gol en Europa”, titulaba la semana pasada un diario independentista. Cuidado con los goles, que a veces tienen consecuencias inesperadas. Gran Bretaña también presumió de meter un gol por la escuadra a Europa cuando votó Brexit. Y hoy aquella fantasía, que ilusionó a tantos, se ha convertido en una palabra que ni siquiera se puede pronunciar.

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