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A escasas jornadas del 30 de octubre, fecha fijada para la elección del secretario general en el PSdeG-PSOE, parece cumplirse el tanto monta de Valentín como Gonzalo. Seguir la esgrima dialéctica entre Caballero y Formoso convoca el déjà vu y la deprimida constatación de Ferlosio de que “vendrán más años malos y nos harán más ciegos”. Entre la prórroga solicitada por uno y el modestísimo objetivo de volver a ser la segunda fuerza del otro, no es difícil prever una nueva fase de ensimismamiento militante y el general desinterés de la ciudadanía.

Es cierto que 2024, año previsto para la convocatoria de elecciones autonómicas, es percibido como un hito aún lejano y que antes vendrá jalonado por las elecciones municipales y generales, procesos que, en interpretación quizá interesada de algunos socialistas pontevedreses, bien podrían clarificar y decantar definitivamente la posterior elección del candidato socialista a la Xunta de Galicia. En este hipotético escenario, tan del gusto de la tradición especulativa del PSdeG, se esbozaría la posibilidad de una bicefalia entre la secretaría general, centrada en los aspectos más orgánicos y de intendencia, y la candidatura a la presidencia de la Xunta, una opción quizá al fin potente y con posibilidades de plantar cara a Feijóo, un hombre ungido a un destino y en progresivo acartonamiento como hipótesis de futuro en el PP de España.

"La sombra protectora de Sánchez es esgrimida y buscada por unos y otros, en una muestra más del limitado capital político propio y el prolongado vaciamiento identitario del PSdeG"

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En lo inmediato, Caballero y Formoso libran un duelo sin argumentos definitivos; más un reconocimiento de mutuas impotencias que de mensaje movilizador e ilusionante a la militancia. La sombra protectora de Sánchez es esgrimida y buscada por unos y otros, en una muestra más del limitado capital político propio y el prolongado vaciamiento identitario del PSdeG, incapaz de autoconstruirse desde sus fortalezas: lo local, la proximidad a las personas y la interiorización de las posibilidades federalistas.

Es ya tópico recordar al sociólogo Max Weber cuando a la altura de 1919 identificaba las luchas en los partidos no tanto por sus objetivos programáticos como por el reparto de cargos entre un grupo de seguidores y otro. Sabiendo de la calidad intelectual y honesto compromiso político de tantos socialistas hoy alineados en esta convocatoria de primarias, me resisto a interpretarla a la cruda luz weberiana. El reconocimiento del contrario, el diálogo, la generosidad para ceder, anteponer los intereses colectivos y de país a los personales, fueron siempre fórmulas idóneas para encontrar y mejorar las soluciones. Gonzalo y Valentín, monta tanto, lo saben.

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