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Ánxel Vence.

crónicas galantes

Ánxel Vence

Goles con preservativo

Como si quisieran privar al fútbol de su contenido erótico, las autoridades sanitarias han permitido que se llenen otra vez los estadios, pero a cambio de que los espectadores se cubran la boca con mascarilla. Los goles se cantarán con sordina.

Celebrar un gol con la boca cubierta es algo así como practicar el sexo con preservativo. Está bien, pero no es lo mismo.

No hay exageración alguna en esta analogía. Científicos de la Universidad de Coimbra, en Portugal, descubrieron hace cosa de cuatro o cinco años que los goles (del equipo propio, naturalmente) desatan sensaciones muy parecidas al éxtasis del orgasmo. Incluso los tiros al poste podrían equivaler al coitus interruptus, según delata el gemido “¡Uyyyy!” que en tales casos emiten los aficionados.

Tras revolver en las neuronas de 54 forofos varones y en las de dos señoras, los profesores portugueses confirmaron científicamente el vínculo, algo misterioso pero real, entre el gol y la culminación de un coito.

La entrada de un balón en la red, aunque sea de penalti injusto en el último minuto, activa los mismos circuitos cerebrales que pone en marcha el “amor romántico”, según la lírica expresión que los investigadores, lusitanos y poetas al fin y al cabo, usaron para definir el fenómeno.

Quedó incontestablemente demostrado que, cada vez que la pelota acariciaba sensualmente el fondo de las mallas, los hinchas utilizados como conejillos de indias experimentaban una placentera sensación muy similar al éxtasis.

Publicado en la revista “Social Cognitive and Affective Neuroscience”, el estudio de nuestros vecinos probó que el efecto causado por un gol en el cerebro de los futboleros apenas puede diferenciarse de un espasmo amatorio.

"Tan malo es un exceso de tiqui-taca como la brusca técnica del pelotazo al área para que luego lo empuje al fondo un delantero de mucha envergadura"

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Es de imaginar el estado de agotamiento en el que debieron salir del campo los seguidores de Alemania, cuando el equipo teutón le metió nada menos que siete tantos al Brasil de las garotas en el Mundial del año 2014. Más de media docena de orgasmos en noventa minutos es algo que no todos los cuerpos pueden soportar, aunque se trate de meros espasmos futbolísticos y sea bien conocida la frialdad de los alemanes.

Mucho más comedida, la selección española obtuvo su primer y hasta ahora único trofeo mundial ganando la final por solo un gol de diferencia. Cierto es que, a cambio, la estrategia de sus recientes años dorados consistía en el famoso tiqui-taca, que viene a ser el equivalente en fútbol de los juegos preliminares que cualquier buen amante pone en práctica para lubricar el acceso a la portería.

Otros entrenadores prefieren el ataque directo, urgente y vertical que tal vez deje insatisfecha a la hinchada deseosa de mayor elaboración en el trance erótico del gol. Como en todo, aquí habría que aplicar la máxima de San Agustín, quien, inspirándose en Horacio, sugirió que la virtud está justamente en el medio. Tan malo es un exceso de tiqui-taca como la brusca técnica del pelotazo al área para que luego lo empuje al fondo un delantero de mucha envergadura.

Más allá de estos debates técnicos de detalle, lo único cierto y científicamente probado es que el fútbol y, sobre todo, el gol, representa una variante deportiva del sexo. En mala hora ha tenido Sanidad la ocurrencia de obligar a que se canten los goles con una máscara a modo de preservativo. Hasta en esto nos quieren quitar del vicio.

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