Hay una diferencia fundamental –al menos desde una opinión personal– entre la esencia de las intervenciones de algunas de las más importantes personalidades presentes en el III Foro de A Toxa. La parte política en activo, que reclamó seriedad y coherencia en la gestión pública, y los “ex” –señores González y Rajoy–, que, junto a empresarios y expertos económicos de primer orden, reclamaron grandes acuerdos para resolver los graves problemas colectivos. Nada estrictamente nuevo, pero sí algo muy escaso en la tradición pública de los distintos partidos que en el Parlamento español están ahora mismo o pasaron antes.

Pero, siempre desde un punto de vista personal, hay otras diferencias, y sustanciales, incluso entre los dos grandes sectores que se han reunido allí. No tanto en el lado “mercantil”, por utilizar un genérico, cuanto en el de los políticos en activo: aquellos tienden a considerar la realidad tal como es, porque viven en ella y de ella, mientras que estos lo hacen pensando en cómo debería ser, qué ofrecer para ello y, lo que es peor, que la mayoría de las veces no aplican siquiera lo que anuncian amparándose en cualquier tipo de excusa. Sobre todo en la ya muy manida que alude a la “herencia recibida” de los predecesores y sus incumplimientos.

(Esta actitud se califica solo de “excusa” por no emplear el término más duro de “ridícula”: cualquiera con dos centímetros de frente sabe que cuando un Gobierno pierde las elecciones es porque la ciudadanía percibe mala gestión y, por tanto el que gana no puede justificar sus errores en los de antes. Algo que firmaría Pero Grullo, pero que no consta que sus textos, si los hubiere, sean de lectura habitual en el oficio. Pero aun así, este Foro de A Toxa, en esta edición y las anteriores, es un espacio idóneo para la reflexión de los asistentes acerca de lo expuesto por los ponentes: al fin y al cabo, la experiencia suele ser la madre de la ciencia).

De cuanto se ha destacado en la cita arousana parece general el acierto a la hora de escoger asuntos y de enfocarlos, sin que la diversidad de algunas fórmulas haga otra cosa que enriquecerlas todas. Si acaso –y eso no es en absoluto una crítica, porque la globalidad es obvia– se ha echado en falta alguna referencia más concreta a Galicia, que atraviesa un momento delicado en algunos sectores de su esqueleto macroeconómico. Y que, para mayor agravamiento, no cuenta demasiado a la hora de las soluciones, ni en su dibujo, ni en su decisión ni en sus plazos. Con especial referencia a los presupuestos 2022, en los que no solo la Xunta teme repartos “a la carta”, sino otras autonomías: tres de ellas presentes allí.

Y ese, precisamente. es el grave problema colectivo: que no hay confianza en quien debería suscitarla. O. dicho de otro modo, que la desconfianza –expuesta con mayor o menor rotundidad, dependiendo de la posición parlamentaria de los partidos– hacia la manera y los motivos por los que la coalición PSOE-Podemos hace los repartos es la regla general. Y el señor presidente Sánchez fue incapaz de reconducir esa situación en la sesión de cierre, y no lo consiguió porque describe una realidad diferente a la que se palpa ahora, quizá creyéndose ya en 2050; porque las contradicciones entre lo que afirma y lo que hace son crecientes, además de una reiterada apropiación de méritos que son de otros –los gobiernos autonómicos–, al menos en parte. Y eso le resta crédito, al igual que sus teóricas ofertas de pactos y acuerdos urbi et orbi que después se orientan siempre en una sola dirección, la de sus ya socios parlamentarios. Esa “costumbre” no es solo la que provoca dudas en España, sino en instituciones europeas clave: esa es otra de las diferencias con los “ex” presentes –Felipe González fue premio Carlomagno– y con algunos de los ejercientes que acudieron al Foro: la de la credibilidad.