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Ceferino de Blas.

Opinión

Ceferino de Blas

Lo que revive con la vieja estación

No es la solución perfecta, pero es acertada la ubicación de la fachada de la antigua estación del ferrocarril en el talud de la calle Urzáiz. Hay quienes dicen que no es un elemento arquitectónico sino decorativo, pero se puede convenir que es ambas cosas, porque nadie negará que lo ornamental es arquitectónico, y Vigo es un claro ejemplo. Basta contemplar sus edificios más nobles, diseñados por arquitectos reconocidos para comprobar que están cargados de elementos ornamentales, que en algunos casos desempeñan una función utilitaria. Son los que atraen a los guionistas de películas, que cada vez ruedan más aquí.

Con la reubicación de la fachada de la vieja estación revive el pasado de la ciudad y se cumplen tres propósitos. El primero hace realidad el compromiso de cuando se demolió la estación, entre lamentos de las personas más sensibles por la pérdida del pasado arquitectónico local, que consistía en reponer la fachada. Siempre es grato ver un compromiso cumplido, cuando tantos acaban en la papelera.

Colocación de la fachada de la vieja estación. // Ricardo Grobas

El segundo recupera el patrimonio civil, en una ciudad en que lamentablemente tanto se ha derribado, y una vez más el libro de Jaime Garrido, “La ciudad que se perdió”, es el mejor testimonio para no olvidar, y que sirve de contrafuerte a los desafueros urbanísticos

El tercero, el más importante, es que la presencia de la fachada simboliza lo que supuso el ferrocarril con su llegada en 1878. Colmó las aspiraciones de expansión de Vigo, que hasta entonces había estado aislado por tierra. Esa carencia le había impedido entrar en la modernidad, pese al impulso que recibía de su posición marítima. Para ir a Madrid se hacía por Portugal. Con el ferrocarril, la ciudad deja de estar incomunicada, y hace posible que Mata Hari viaje dos veces a Vigo, en 1916, con la intención de trasladarse por mar a Holanda, y que Carmen Laforet llegue en tren en 1962, cuando vino a veranear a Cangas, donde escribió su ultima gran novela, “La insolación”. Como ellas, muchas personalidades y la multitud de anónimos que tomaron el tren rumbo a Vigo, desde que en 1881 se abrió la línea a Ourense.

"La llegada del ferrocarril en 1878colmó las aspiraciones de expansión de Vigo, que hasta entonces había estado aislado por tierra"

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En el pasado que revive la vieja estación está el recuerdo de un grave problema creado por la orografía. En esa convergencia hubo en el siglo XIX un desnivel tan profundo que se llamaba “el murallón” de la estación, que acaba de taparse, al enlazar con la calle Vía Norte el complejo de Vialia, y en la zona de Urzáiz, un peligroso talud -–con derrumbes que llegaron a cortar la calle–, que no se solucionó hasta finales de los años veinte. Era “el trozo de carretera de Villacastín sobre la plazoleta de la estación”.

Actualmente esos relieves de la orografía viguesa han dejado de constituir un problema, y ya nadie se preocupa por los inconvenientes y peligros que ocasionaron a los antepasados. Se han convertido en historia que recogen los libros y los periódicos de la época.

La presencia de la vieja estación frente a la nueva subraya el contraste que caracteriza a la ciudad: las dos épocas, el pasado y el presente. Es decir, la diferenciación de la arquitectura vanguardista de Vialia con la del siglo XIX. Dos estilos urbanísticos que no se rechazan sino que se complementan, y que pueden admirarlos cuantos llegan.

Por fortuna los materiales de la fachada resistieron, y pese al deterioro causado por estar dos décadas tiradas en un descampado las piedras, se conservaron en su conjunto: las desaparecidas fueron repuestas y las horadadas rehabilitadas, en una aceptable restauración, que merece ser aplaudida.

El rescate de la vieja estación marca el comienzo de la recuperación de la mejor arquitectura industrial de Vigo, que se simboliza en la Panificadora, la fábrica de Alfageme, la Artística, y la ya repuesta fachada de la Metalúrgica.

Junto a elementos de modernidad, como el diseñado por el premio Pritzker, Thom Mayne, subsisten, anclados en el Vigo que fue, esas estructuras arquitectónicas, que por su belleza también son ornamentales.

Porque Vigo no puede perder la imagen ornamental, que la hace tan atractiva.

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