No me cabe duda de que la “fragilidad” acompaña muchos aspectos de nuestras vidas e incluso lo admito para la propia naturaleza humana.

La conocida frase “imperios más grandes se vinieron abajo”, sigue tan vigente como interiorizar que el hilo que separa esta dimensión de la otra, es enormemente delgado y que puede quebrarse en cualquier momento.

Vivir a “salto de mata”, no carece de enjundia. Y puede alargarse hasta que por “un quítame allá esas pajas”, quedamos a merced o de un mejor cazador o del capricho de azar, que nos pone delante la realidad.

Aunque nos cueste asumirlo, nada permanece. Y si nos referimos al hoy mismo, a ese cacareado “todo vale”, ni vale ni se sostiene.

En Psicología se estudia el apartado de la “decepción”. Hace acto de presencia cuando se analiza la diferencia entre lo dicho y lo hecho. No únicamente con respecto al prójimo sino también hacia uno mismo. En su magnífico libro “El laberinto sentimental”, su autor el Sr. José Antonio Marina, dedica una sección a la culpa y a la vergüenza.

...“El avergonzado, que baja la cabeza para no ser visto, siente su identidad resquebrajada, aparece o teme aparecer como ridículo, débil, impotente o malo ante la mirada ajena” ...

"La primera ola no los tira, la segunda tampoco, pero cuando suba la marea será inmediata la demolición"

Debe resultar muy humillante que, aun dominando el tiro de caballos, aun viniendo revestido de solemnidad, a uno lo reciban tirándole tomates.

Ni la forzada sonrisa, ni el aparentar como “si conmigo no fuera la cosa”, arreglan la situación. Quizá bien por fuera, pero no tan bien cuando uno se retira al obligado descanso, en la intimidad del dormitorio.

Somos Biología y Memoria. Pero también Neurología y Cultura. Diría que van de la mano. Y que, una vez transcurridos los días de “chanza”, los de “tirar la casa por la ventana”, debería aparecer cierta dosis de cruda realidad y de asumir.

No olvidemos que cuando “el campo no es de propiedad”, no se puede plantar ni lo que uno quiere, ni cuando “nos pete”. Lo prestado hay que devolverlo. Y que no vale la risa a la ida y el llanto al regreso. Tal cual lo suponía. Si no vivimos en un “tiovivo” permanente, se le parece bastante. Hemos ido construyendo en terreno inapropiado.

La primera ola no los tira, la segunda tampoco, pero cuando suba la marea será inmediata la demolición.

Eso que hemos llevado a cabo a la vera del mar se llaman castillos de arena.